jueves, 28 de marzo de 2013

Viejas Glorias

Son diversas las circunstancias que están marcando la procelosa tendencia del cine actual. La principal y más obvia es la profunda crisis creativa y escasez de ideas que, unida al potencial económico de determinados productos de moda (o como se dice ahora, mainstream), convierte el presente panorama cinematográfico del cine que nos gusta, de simple diversión y entretenimiento, en un árido páramo de nuevas ideas. Los que, pese a nuestra relativa juventud, llevamos décadas acudiendo a las salas de cine -esquivando siempre las temibles palomitas, por supuesto- respondiendo al reclamo de este tipo de producciones, tenemos hoy en día la capacidad de sorpresa y emoción bajo mínimos alarmantes.

En este contexto no es de extrañar que, en el mejor de los casos, comercialmente sólo triunfen proyectos como: adaptaciones literarias con cosas que dicen llamarse vampiros; explotaciones hasta la saciedad de sagas procedentes de otros medios -superhéroes de Marvel o DC con sus correspondientes reboots o crossovers, robots que se convierten en medios de locomoción, etc.-; requeteadaptaciones del otrora brillante Tim Burton; y, claro, los satánicos remakes.

De las mismas entrañas de este entorno casi apocalíptico, dos acontecimientos han arrojado algo de luz y esperanza a nuestros castigados ojos cinéfilos: en primer lugar, la idea de crear un producto algo frívolo pero sin duda valiente como Los Mercenarios. La primera parte, sin defraudar, tal vez no satisfizo plenamente nuestras elevadas expectativas; sin embargo, esa pequeña frustración fue rápidamente subsanada con una apoteósica segunda entrega. No duden que para la tercera, que debería ser impuesta por ley, acudiremos fieles a la cita.



El otro hecho que nos aporta una (probablemente efímera) ilusión no tiene relación directa con el cine; es la retirada del gran, en todos los sentidos, Arnold Schwarzenegger del mundo de la política. Los que no rondamos mucho por California preferimos verlo en la gran pantalla, repartiendo mamporros y mostrando su característica cara de oler mierda. Sus últimos pinitos cinematográficos, encarnando a un Terminator al borde del desguace, nos dejaron un ligero mal sabor de boca y, aunque a sus sesenta y tantos años no luzca la frescura de Hércules en Nueva York, su presencia y su largo apellido supone una gran motivación para sus incondicionales.

Nos emociona comprobar cómo a partir de Los Mercenarios están surgiendo una serie de propuestas que, con las inevitables restricciones del mercado y de la edad de los actores, parecen encaminadas a cumplir los deseos de una generación, la nuestra. El resultado generalmente no suele ser excelente, pero aporta ese plus de nostalgia y de empatía del espectador que suple la mayoría de sus carencias.

Siendo justos debemos reconocer que el artífice de todo esto probablemente es Sylvester Gardenzio Stallone y su confianza en un proyecto tan descabellado como Los Mercenarios. El actor italoamericano, a través de su trabajo, siempre se ha mostrado reacio a abandonar aquel cine que tan buenos ratos nos hizo pasar en los años ochenta y principios de los noventa. Esta testarudez le hacía participar en prolongaciones, de necesidad relativa y éxito discreto, de sagas protagonizadas por los dos personajes que le encumbraron y que, de paso, marcaron a nuestra generación: John Rambo y Rocky Balboa. Lejos de alcanzar el nivel de sus predecesoras y de convertirse en clásicos, estas películas únicamente sirvieron para mantener viva la tenue llama de nuestros recuerdos.


Mientras tanto, ahí estaban nuestros "queridos" e incomprendidos remakes, un fenómeno que tal vez merecería un artículo aparte en este blog. Una de los pocos aspectos positivos de este tipo de producciones es su voluntad, interesada comercialmente o no, de resucitar (otros políticamente más correctos dirían "homenajear") historias de nuestra infancia-adolescencia que disfrutamos y recordamos con fervor. Como anécdota, recientemente hemos podido ver dos películas bastante aceptables, Desafío Total y Dredd, basadas en un relato de Philip K. Dick y un cómic respectivamente, y que en sus anteriores adaptaciones cinematográficas los protagonistas eran nuestros iconos Schwarzenegger y Stallone. La alusión a la desbordada proliferación de remakes es necesaria para entender y situar en un marco apropiado las nuevas películas de nuestros sexagenarios héroes de acción favoritos.

Aparte de las dos entregas de Los Mercenarios hemos podido disfrutar de Sly y Arnold en Una bala en la cabeza (dirigida por el maestro Walter Hill) y El último desafío. Para mayor regocijo, los dioses nos han escuchado y en breve podemos contar con ambos en la misma película, The Tomb. Otras viejas glorias que parecían deambular sin rumbo últimamente y que han atendido nuestras súplicas son Bruce Willis, en una nueva -y mediocre comparada con las obras maestras de las anteriores entregas- Jungla de Cristal y Mel Gibson con la divertidísima Vacaciones en el Infierno.

Lo que más nos gusta de todo esto es que los propios actores son conscientes de que su época de esplendor físico ha pasado y, a pesar de mantenerse dignamente en forma, no pretenden ocultar el paso de los años. Las escenas increibles de acción (las mal llamadas fantasmadas) siguen existiendo, pero suelen venir acompañadas de dosis de realidad en forma de chistes y alusiones a su avanzada edad y la lejanía de los tiempos mejores. Y seremos simples, pero nos gustan estos chistes. Nos sirven para recordar las muchas aventuras vividas al lado de estos hombres que, por muy viejos que estén, siempre serán mejores que los Jasons Momoa o los Jeremies Renner de turno.

Mientras tanto, no dejamos de cruzar los dedos para ver un modelo más avanzado de Terminator pero con el mismo molde de Arnold Schwarzenegger.