lunes, 30 de mayo de 2016

Sucesos en la Cuarta Fase


Una vez transcurrida la trepidante década de los cincuenta, en la que un torrente de gigantescas amenazas biológicas arrasaron ciudades y continentes dentro de pantallas de cine, las criaturas mutantes con deseos de exterminar la Humanidad vieron que hacerse grande no era garantía de éxito. Mantis, tarántulas, reptiles, incluso mujeres de 50 pies, exploraron otras vías para dominar la Tierra. Al menos en Occidente, porque en el cine japonés los monstruos colosales no se rindieron tan fácilmente.

Las hormigas ya lo habían intentado infructuosamente en Them! (o La Humanidad en peligro) (Gordon Douglas, 1954), pero su proverbial constancia les obligaba al menos a volver a intentarlo. Esta vez de manera mucho más sigilosa... y más verosímil.

Phase IV (Saul Bass, 1974) describe, como indica el título, a lo largo de su metraje las cuatro fases de la evolución de unas hormigas en una colonia en pleno desierto de Arizona, un proceso cuya siniestra culminación es la subyugación de la raza humana. Todo comienza con un extraño fenómeno astronómico con consecuencias aparentemente inocuas para los habitantes de la Tierra... a excepción de estas hormigas. Éstas comienzan a alterar su comportamiento; las distintas especies -otrora irreconciliables- empiezan a cooperar, mientras que la población de sus más célebres depredadores (arañas, mantis...) se ve drásticamente mermada.

Un científico, el doctor Hubbs, y un especialista en cifrado de mensajes de ballenas, James Lesko, acuden a la zona a investigar -y si es necesario, aplacar- el problema de las hormigas. En un principio, la principal traba a la que se enfrentan son de índole burocrática; la investigación tiene un coste económico demasiado alto y un horizonte temporal demasiado breve como para depender del libre albedrío de unos insectos. Sin embargo, ése se convierte en un problema menor, pronto todo se vuelve en su contra y la ventaja inicial de los humanos, en aspectos como el intelecto, el tamaño o la tecnología, se reduce en paralelo al crecimiento de la colonia de hormigas como entidad intelectualmente unitaria.

Las hormigas boicotean las instalaciones de los científicos, destruyendo la comunicación con el exterior o edificando extrañas construcciones alrededor de la cúpula donde viven y trabajan Hubbs, Lesko y Kendra -la nieta de unos granjeros de la zona a la que rescatan- que, recibiendo oportunamente los rayos solares, incrementan notablemente la temperatura en el interior del recinto. Poco a poco las hormigas se van haciendo con el control de la situación. La claustrofobia que provoca estar en medio de un desierto, rodeados de gas tóxico -producto de un ataque preventivo hacia las hormigas- y la amenaza de un enemigo insignificante individualmente pero aterrador cuando va acompañado generan una inquietud mayor que la que provocarían unos bichos de veinte metros de altura.

La inteligencia de esa entidad formada por millones de hormigas alcanza niveles muy altos, hasta el punto de ser capaces de comunicarse, no sólo entre todos y cada uno de los miembros de su organismo, sino con los propios humanos. Éstos, en cambio, sufren el proceso contrario; el doctor Hubbs, que ha sufrido una letal picadura en la mano, enloquece en su intento de acabar con la reina de la colonia, el nexo de unión de todo un sistema nervioso con obreras y machos alados como neuronas. Lesko, sin embargo, más pragmático, asume la derrota y llegando al hormiguero es testigo del inicio de la Cuarta Fase: la esclavización de la raza humana.

Este final apocalíptico y pesimista tiene como epílogo un metraje inédito que los directivos de la Paramount obligaron a Saul Bass a recortar. Estuvo "perdido" mucho tiempo, pero en tiempos de YouTube casi todo tiene solución.



Phase IV es un clásico de esa ciencia-ficción setentera que tanto nos gusta. En algunos momentos se asemeja a un peculiar documental de insectos, gracias a la excelente aportación de Ken Middleham, aunque la mayoría de las veces las imágenes no están exentas de cierta contribución dramática. Pese a su aparente sencillez, aborda temas filosóficos y políticos, e incluso hay momentos catalogables dentro del género de terror. Nosotros nos quedamos con ese toque de ciencia-ficción previa a un futuro distópico, donde nos gobernarán las hormigas, y con ese final catastrófico. Porque las películas de este tipo tienen que acabar mal, porque los humanos hacemos las cosas mal y tenemos que aprender de nuestros errores.

sábado, 14 de mayo de 2016

La Profecía


No se debe desaprovechar la oportunidad de ver un clásico del terror como La Profecía (The Omen, Richard Donner, 1976) de la manera en que se tienen que ver las películas, en pantalla grande. Y si bien es cierto que han pasado 40 años desde su estreno y el cine de terror ha evolucionado en paralelo a nuestra capacidad para asustarnos, sigue resultando estremecedora. Por varios motivos.

Esta película cuenta con un considerable número de imágenes icónicas del género, con planos impactantes como el suicidio de la niñera y la posterior mirada de pánico extremo de Lee Remick, la muerte por empalamiento del cura, el empujón de Damien con su triciclo a su madre y sobre todo la mirada perversa del crío. También hay varias escenas de mucha tensión, que aún hoy en día nos provocan cierta inquietud en la butaca: los babuínos asediando el coche, los perros en el cementerio, ese final apoteósico...

Porque la película comienza muy sosegada, relatando la pacífica vida de una familia, no totalmente normal por su privilegiada situación, pero con un gran secreto. Conforme se van sucediendo los acontecimientos (muertes extrañas y esas cosas) y el protagonista, Robert Thorn (Gregory Peck), va venciendo su lógico escepticismo inicial, el ritmo aumenta hasta alcanzar su clímax en los últimos minutos.

Capítulo aparte merece la banda sonora del gran Jerry Goldsmith. Una buena parte de la tensión y el miedo que nos provocan muchas de las secuencias se debe al magnífico acompañamiento musical. El efecto de quitarle la música (o sustituirla por otra menos brillante) sería similar al de prescindir de las fanfarrias de John Williams en E.T. o Indiana Jones y el Templo Maldito.




Viendo La Profecía hoy no se pasa realmente miedo, al menos no tanto como el que tuvieron que pasar los que la vieron hace 40 años. Lo que sí es cierto y relativamente preocupante es que se puede pasar más miedo que con la mayoría de películas de terror que se hacen en la actualidad.


viernes, 13 de mayo de 2016

Guerra Civil


Otra más. Y ahora con más personajes, para superar a la anterior. A este crecimiento exponencial, los señores de Marvel alcanzarán la difícil empresa de agotar su superpoblado Universo. Porque ahora da pereza retornar a aquellas historias de un solo héroe contra un solo villano, y cuyas apariciones fugaces (rozando el cameo) de secundarios era todo un acontecimiento. Sin ir más lejos, las recientemente estrenadas realizadas a la vieja usanza (Deadpool, Ant-Man...) necesitan recurrir a más personajes para coger un poco de oxígeno.

El único problema es encontrar la manera de dar marcha atrás. Porque este esquema narrativo es prácticamente insostenible: agotamiento de la fórmula, complejidad narrativa en aumento, agendas apretadas y pretensiones caprichosas de actores imprescindibles, etc. Habrá que volver atrás... pero no tenemos prisa.

Otra característica que condiciona Capitán América. Civil War (curiosamente no habíamos nombrado el título de la película protagonista de este artículo hasta ahora) ya lo hemos tratado en otros artículos de este humilde blog. Las películas de este nuevo género -de superhéroes?- se conciben, no de manera aislada, sino como una serie. O mejor dicho, como una red, sin un orden cronológico estricto que las alinee. Esto puede tener dos efectos negativos: por un lado, supone un yugo al buey de la creatividad de los guionistas, ya que algunos aspectos (presencia/ausencia de algunos personajes, consecuencias de acontecimientos pasados, etc.) deben tenerse en cuenta a la hora de explicar la historia que nos ocupa en este momento. Exactamente como en una serie. En el cómic, género primigenio, también pasa a menudo, pero en ese medio resulta más barato reinventar universos. El otro efecto negativo, relativamente más grave, es que puede condicionar el visionado del espectador. Todas estas películas tienen la simplicidad suficiente como para que no suceda, pero para disfrutarla plenamente tenemos que hacer previamente los deberes.

Reflexiones filosóficas -y a estas alturas ya un poco redundantes- aparte, la película merece la pena. No es un peliculón, pero es honesta, cumple con lo que promete. Para lo bueno y para lo malo. Porque junto a efectos digitales exagerados, moralismo inverosímil, agujerillos de guión, entre otros defectos, tenemos acción a raudales e ininterrumpida, que es básicamente lo que buscan nuestros cerebros ávidos de desconexión.

La película tiene muchos personajes, como ya ha quedado claro. Y tenemos que confesar que la cuota de pantalla de cada uno de ellos está increíblemente bien repartida. Tal vez en alguna batalla perdamos de vista a algún personaje (el escaqueo es inevitable en el trabajo en equipo), pero da la impresión de que si contamos los minutos en los que interviene cada uno, nos sorprendería el resultado. Pertenece a la saga del Capitán América y el desarrollo del argumento no deja lugar a dudas, pero Tony Stark también goza de sus buenos minutos. Por cierto, no sabemos si por culpa de Chris Evans, pero Steve Rogers, a pesar de todos sus superpoderes, el carisma del personaje del cómic y su rebeldía antisistema, nos sigue resultando soso. Mucho más cuando lo comparamos con Iron Man, con un Robert Downey Jr. en su interior al que muchos vaticinaban agotamiento a corto plazo pero que resiste con mucha solvencia.

Nos gustaría, para terminar este humilde análisis, comentar un par de cosas. Y sin spoilers, como hasta ahora. Técnicamente vuelve a ser insuperable, con unos efectos digitales que nuestras retinas ya reconocen, pero que quizás abusa del movimiento de la cámara en los combates y nos priva de una coreografía seguramente excepcional. También en alguna escena exigente los dobles cantan, algo entrañable en producciones de menor presupuesto pero merecedora de tirón de orejas en eventos cinematográficos de este calibre.

En relación a la historia, el papel del villano también es digno de mención por su originalidad. No responde al arquetipo de ser todopoderoso, de cuya génesis somos testigos. Se limita a urdir un plan ingenioso, con un propósito claro y convincente. E interpretado por un -como siempre- excelente Daniel Brühl.

Capitán América. Civil War es otra pieza del rompecabezas, otro eslabón de la cadena, otro ladrillo del edificio. Pero que sigan, que sigan construyendo que, aunque ya nos sabemos el truco, nos estamos divirtiendo.