sábado, 9 de septiembre de 2017

Viernes 13. La saga (2/2)


Viernes 13, Jason Vive (Tom McLoughlin, 1986)

En esta ocasión sí es el mismísimo Jason Voorhees el verdugo de los condenados por acercarse al campamento Crystal Lake... rebautizado como Forest Green para evitar la mala prensa del denominado campamento sangriento. En efecto, Jason vuelve a sus orígenes para continuar con la interminable tarea de liquidar monitores negligentes como venganza a la primera de sus muertes, cuando era un crío.

Venganza es precisamente lo que busca nuestro conocido protagonista, Tommy Jarvis (esta vez interpretado por Thom Mathews, a quien ya vimos en El Regreso de los Muertos Vivientes y su continuación). No satisfecho con saber que Jason está muerto y enterrado, planea profanar su tumba y quemar su cuerpo presuntamente descompuesto. Obviamente su plan tiene escaso éxito y, gracias a cierto factor paranormal y a un rayo, el asesino resucita al más puro estilo Frankenstein.

A partir de aquí se repite el esquema habitual. Jason va matando cruelmente a todo aquél que se le pone por delante (y si nadie se cruza en su camino, él se las arregla para encontrar alguna víctima) hasta el enfrentamiento final con los supervivientes. Tenemos la enésima final girl, Megan, que es quien remata a Jason tras los (poco sorprendentes) problemas del plan de Tommy -quien también sobrevive- para acabar, una vez más, con la vida del enmascarado.

Pocas novedades encontramos en relación a entregas anteriores. Una de ellas es que el asesino es mostrado desde el principio; en casi todas las muertes -como siempre, de muy diversa índole- vemos que es Jason quien los perpetra. La consolidación de la simpatía que sentimos hacia él hace que no nos importe en absoluto que nos priven de un desgastado componente de misterio.

Otro elemento sensiblemente novedoso es que el campamento... por fin tiene niños! Es algo complicado de introducir en un entorno de asesinatos en serie y la poca habilidad con la que lo hacen en esta película justifica su ausencia. Si bien es cierto que, a pesar de los escasos escrúpulos de Voorhees, en ningún momento tememos por su integridad, la reacción colectiva de los críos ante los terribles sucesos que acontecen (y que los torpes monitores disimulan con mucha precariedad) es escasamente creíble.

Monitores asesinables hay pocos, así que para saciar la sed de sangre de Jason se recurre a otro tipo de habitantes humanos del bosque, como ejecutivos machistas jugando al paintball (alguno de ellos acarreando un oportuno machete) o la intrascendente pareja que copula con toda la ropa puesta. Por cierto, dato importante, ningún pecho femenino es descubierto en el transcurso de esta película.

El plan de Tommy Jarvis para matar a Jason consiste en devolverlo al lugar de dónde salió, atándolo con una cadena a una roca y hundirlo en Crystal Lake, Como liquidar a Jason no es la tarea más sencilla del mundo, ésto no es suficiente y es Megan la que lo hace picadillo con la hélice del motor fueraborda de una barca.
Jason Voorhees está hundido en el fondo de Crystal Lake, presuntamente ahogado. Y ese presuntamente nos da unas esperanzas que se confirman en un último plano, con la apertura de un ojo debajo de la máscara de hockey.

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Viernes 13, Sangre Nueva (John Carl Buechler, 1988)

Esta película comienza con un necesario recordatorio de las andanzas de Voorhees en anteriores ediciones; estamos en el séptimo episodio y ya son muchos eventos (casi idénticos pero numerosos) que recordar. Es un detalle que se agradece, pues nos recuerda cómo acabaron (siempre presuntamente) con el asesino de la máscara de hockey en la sexta parte, con el fin de que encajemos las piezas y hallemos una coherencia que, por otro lado, tampoco parece que les quite mucho el sueño a los productores.

Como bien recordamos (básicamente porque lo podemos leer unos párrafos más arriba), Jason termina ahogado en el fondo de Crystal Lake. Pero no termina del todo, porque si no, no estaríamos hablando de esta película y el recurso del impostor ya ha sido utilizado en la quinta entrega. Paradójicamente la responsable de su resurrección resulta ser la que acabará siendo una nueva final girl, Tina, una joven traumatizada con poderes telequinéticos, lo que supone la gran novedad dentro de la serie. Por fin un post-adolescente con armas para poder plantarle cara a nuestro asesino...

Tina, traumatizada en su infancia por la muerte de su padre, de la cual se siente responsable (como no podía ser de otra manera, pues a causa de sus poderes murió sepultado por el embarcadero en nuestro famoso lago), acude con su madre y el desquiciante doctor Crews a la cabaña donde sucedieron los hechos, como desesperada terapia. El recuerdo de aquellos acontecimientos y los dudosos métodos del doctor Crews (interpretado por Terry Kiser, el famoso cadáver de Este muerto está muy vivo) conducen a Tina a una situación de estrés en la cual, intentando invocar a su padre muerto, no hace otra cosa que resucitar a Jason Voorhees, quien casualmente vegetaba en las profundidades del mismo lago.

Una vez justificado el retorno de Jason, la sucesión de asesinatos está servida. Una fiesta de cumpleaños, con jóvenes hiperhormonados e intrascendentes, supone un coto de caza demasiado accesible para nuestro ídolo. Al menos siguen preocupándose por presentárnoslos lo suficientemente repelentes como para que, una vez más, nos pongamos de lado del asesino. En esta ocasión además los fornicios son bastante frecuentes, aunque lo que interesa, la presencia de pechos femeninos, acaba siendo testimonial.

Hay muchas muertes; de hecho, aproximadamente el 90% de los personajes muere a manos y machete de Jason, pero el gore tampoco hace acto de presencia en exceso. Entre hachazos, machetazos y estrangulamientos, una muerte por trompetilla acaba siendo lo más estrambótico. También aquí destaca un hábito de Voorhees, y es el de mover los cadáveres. No sólo tiene el don de la ubicuidad (puede estar preparando una brocheta de campistas en medio del bosque y a los dos minutos estar lanzando por la ventana de la cabaña a una pareja recién copulada), sino que tiene la agilidad suficiente como para presentar los cuerpos descuartizados de los amigos a las futuras víctimas para acrecentar su miedo.

Ésta es la primera película en la que Jason es interpretado por el que probablemente sea su álter ego más célebre, Kane Hodder. De nuevo vemos a Jason sin la máscara, y está muy logrado. es un monstruo terrible... pero quizá pierda personalidad. Aunque el maquillaje es excelente, lo reconocemos y nos identificamos mejor con su máscara de hockey.

La muerte de Jason en esta séptima entrega es bastante surrealista, pero a estas alturas no desentona en absoluto; es más, supone un nostálgico homenaje a los orígenes. En un momento en que Voorhees ha resistido a todos los ataques telequinéticos de Tina y parece invencible, el difunto padre de la chica imita al Jason niño de la primera entrega y emerge del lago para que el asesino le haga compañía en ese fondo tan concurrido.

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Viernes 13, Jason Toma Manhattan (Rob Hedden, 1989)

A estas alturas Jason Voorhees no necesita presentación, pero sus primeras víctimas tienen el detalle de recordar quién es a los espectadores más despistados. También le proporcionan, presuntamente sin querer y tras otra recurrente chanza de adolescentes, la máscara de hockey, una vez se han ocupado de resucitarlo. Son una parejita enamorada -y temeraria- navega en una pequeña embarcación por Crystal Lake, cuando la noche y un apretón de hormonas les obliga a detenerse y soltar el ancla sobre un cable eléctrico submarino que provoca una descarga que resucita a Jason, hundido en el lago.

A partir de aquí, la película procede con el guión acostumbrado, esta vez dividido en dos escenarios. La primera mitad transcurre en un barco, el medio de transporte elegido por Jason para abandonar de una vez el lago de New Jersey. Un grupo de jóvenes se dispone a celebrar una fiesta (de graduación, de fin de curso, da lo mismo) en dicho barco, cuyo destino es la ciudad de Nueva York. Y claro, nuestro querido serial killer no puede resistir la tentación de asesinar a tantos potenciales monitores negligentes y se convierte en un peligroso polizón.

Esta parte es la más similar a las entregas anteriores. Los chavales van cayendo uno a uno, sin descubrir hasta que es demasiado tarde la presencia de Jason. Éste, sin embargo, en medio del mar no dispone de los escondrijos que le procuran los bosques alrededor de las cabañas del Campamento Sangriento, por lo que, sumado a su corpulencia, resulta aún más inverosimil que pase inadvertido. En cualquier caso, su capacidad de teletransporte le ayuda a escurrir el bulto con limpieza. También mantiene, aunque en menor medida por la logística antes mencionada, la costumbre de mover los cadáveres (o parte de ellos) y mostrárselos a sus futuras víctimas con el fin de sembrar el pánico.

Los personajes son viejos conocidos de la saga: el príncipe azul, la pija que hace bullying, el perrito, el loco (sosias de Ralph, el de las dos primeras entregas), los adultos protectores... y la protagonista, la final girl. Se trata de otra chica con trauma de infancia y una debilidad inoportuna: miedo al agua. Este dato, inicialmente tan intrascendente como las vidas del grupo de jóvenes que viajan en el barco, cobra importancia al enterarnos de que el trauma tiene relación con Jason y su famoso lago.

La segunda mitad de la película es algo más novedosa, debido a que el entorno varía sustancialmente: la superpoblada de asesinables humanos ciudad de Nueva York. Tanta población dispuesta a ser acuchillada estresaría demasiado al señor Voorhees, así que, una vez llega junto a los pocos supervivientes del barco, se dedica a perseguir únicamente a éstos. La cuestión es mantener el esquema habitual.

A nivel artístico, destacan un par de elementos. La música, típica de los ochenta, con canciones introducidas con calzador pero que nos producen una sensación agradable de traslado a aquella época. Y la estética del personaje, encarnado de nuevo por Kane Hodder, alcanza su cénit, probablemente su imagen más característica. Otra insólita novedad es la introducción de pequeños elementos cómicos que logran que empaticemos (aún más) con Jason. Este recurso ya se había utilizado anteriormente, pero con cuentagotas y es en esta entrega, por fin, cuando se consolida. Trasladarlo a un entorno diametralmente opuesto a Crystal Lake sin duda ayuda a lograrlo.

La muerte de Jason es diferente pero igual de enigmática que las anteriores. En plena persecución por calles, callejones y cafeterías, de Rennie y Sean, la final girl y su príncipe azul respectivamente, acaba en las alcantarillas, donde cada día, puntualmente a cierta hora, fluyen unos residuos altamente tóxicos. Los dos perseguidos logran esquivarlo, no así Jason, quien se convierte en niño al morir para contribuir al delirante misticismo de su biografía.


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Viernes 13, Jason va al Infierno (Adam Marcus, 1993)

Lo único salvable de este telefilm tal vez sean los efectos especiales de los KNB que, sin ser excepcionales, sí que están muy por encima del nivel general de la película. Probablemente estemos ante la peor entrega de la saga en muchos aspectos: malas interpretaciones, montaje desquiciante, personajes poco carismáticos... y un guión que hace trizas la mitología y el espíritu de Viernes 13.

A pesar de que Kane Hodder figura en un lugar destacado de los créditos, la presencia física de Jason es casi testimonial. La máscara sale poquito, cosa que no nos gusta y que, de una manera subjetiva, le resta puntos. Porque Jason está vivo, pero ocupando el cuerpo de otros, algo que ya hemos visto muchas otras veces pero inédito en esta franquicia. Aparte de esta absurda -y tardía- novedad, se genera una necesidad de explicar la inmortalidad de JV, en paralelo a racionalidad de la madurez que hemos alcanzado guionistas y espectadores en la década de los noventa. Este misterio en los ochenta nos daba un poco igual, de la misma manera que saber de dónde vienen los mogwais. A este respecto

Ahora resulta que Jason tenía una hermana, que a su vez tiene una hija y ésta, otra hija. Y, oh sorpresa, el asesino de Crystal Lake sólo puede morir a manos de una Voorhees. De manera simétrica, sólo puede resucitar a través del cuerpo de también una Voorhees. Porque Jason al comienzo de la película está vivo; aunque estemos en los noventa y haya que explicarlo todo, esta vez no es necesario conocer cómo resurge de las alcantarillas de Manhattan. La astuta policia le tiende una trampa y lo descuartizan, pero su mágico corazón sigue latiendo. Como no puede volver a recomponerse, utiliza el cuerpo del forense para cometer los primeros crímenes -entre ellos un celador de la morgue interpretado por el propio Hodder-, ir pasando de un cuerpo a otro y asesinando a aquel que ose campar por Crystal Lake. Aunque alguna muerte tiene una estética destacable, no es el monstruo de la máscara quien la lleva a cabo y le resta cierto atractivo.

Hay tres personajes principales. Creighton Duke, un "cazador de cabezas" que parece saberlo todo sobre Jason Voorhees pero que resulta ser únicamente un macarra totalmente improductivo; Jessica Kimble, la accidental sobrina de Jason, torpe, histérica y ajena a sus macabros ancestros, cuya principal preocupación es, obviamente, su hija y quien finalmente asesta el golpe de gracia a nuestro querido serial killer con una daga que le da Duke y que nadie sabe de dónde ha salido. Y Steven Freeman, la ex-pareja de Jessica y padre de la criatura, un héroe absolutamente anticarismático que no ha roto un plato en su vida pero que deja en evidencia al ayudante del sheriff al menos en tres ocasiones. No parece el elenco óptimo para acabar de una vez por todas con Voorhees, sin embargo tienen más éxito que sus predecesores. Tras clavarle Jessica la daga, la tierra se abre y unas enormes manos demoníacas agarran a Jason -ya con los músculos de Kane Hodder, pues ha podido resucitar al introducirse el parásito que permite la transmigración de cuerpos en el cadáver de Diana, su hermana y madre de Jessica-, encerrándole para siempre en el Infierno.

Pero como a los esbirros de Cerbero parece que no les gusta el hockey, escupen la máscara al exterior y ésta queda desenterrada... hasta que una mano con cuchillas surge de la tierra y vuelve a enterrarla. No es éste el único huevo de pascua que encontramos; cuando Steven cae al sótano de la Mansión Voorhees, en plena refriega con Jason, se puede ver una caja de madera dirigida a una expedición del Ártico para una tal Julia Carpenter, (Ártico? Carpenter?) muy similar a la del episodio de La Caja de Creepshow. También encuentran en esa siniestra vivienda un ejemplar del Necronomicón, lo que nos hace inferir los orígenes mágicos de la inmortalidad de Jason y aventurar una futura enemistad con nuestro también héroe Ash Williams.

Si esta entrega destroza la continuidad de la saga, y le sustrae la poca coherencia que tenía en un paradójico intento de otorgársela, sólo hubo que esperar ocho años para que, tanto continuidad como coherencia, volaran definitivamente por los aires.

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Jason X (Jim Isaac, 2001)

Cuando estábamos casi convencidos de que Jason Voorhees ardía en las llamas del Infierno, no porque dudáramos de su perseverancia en permanecer vivo sino porque ya había transcurrido casi una década desde que supimos de él, nos lo vuelven a presentar vivo y aparentemente coleando. Y nos da igual que el otro icono del cine de terror de New Line Cinema lo haya secuestrado en el mismísimo Infierno en la novena parte y que la continuidad continúe, valga la redundancia, hecha pedazos. Hemos perdido la coherencia, pero hemos ganado la posibilidad de ver estas películas en el orden que nos dé la gana. Importa muy poco que el guión tenga más agujeros que la máscara de nuestro protagonista.

Porque Jason está vivo y eso que sus enemigos lo han intentado (casi) todo. Por eso, a los más eminentes científicos la única forma que se les ocurre de aplacar a la bestia es criogenizarlo mientras cavilan un método definitivo de ejecución. A pesar de que otros científicos, aún más eminentes, encabezados por un cameo del bueno de David Cronenberg, no quieren exterminarlo, sino examinarlo para conocer el origen de su invulnerabilidad (y de paso hallar la Fuente de la Eterna Juventud). Por supuesto ambos planes salen mal y Jason acaba con todos los militares y civiles que lo custodian salvo Rowan (la que será nuestra teniente Ripley...), que consigue congelarlo y accidentalmente viajar junto a él más de cuatro siglos al futuro.

Tras este curioso y relativamente original planteamiento, nos encontramos con lo de siempre con una pequeña novedad en forma de explotación -o exploitation, término más definitorio- de la saga Alien. Jason-Alien va liquidando uno a uno a los tripulantes de la Grendel, hasta que al final sólo queda la heroína y algún que otro pringado que sobrevive para sorprender al indiferente espectador. Porque las similitudes con Alien son tan evidentes que da hasta vergüenza enumerarlas: el contexto de una nave científica, con cierto respaldo militar, que recoge unos cuerpos sospechosos; un androide que acaba desmembrado y que se enfrenta de manera enérgica al villano (lo que nos recuerda, en este caso, a los dream warriors de la tercera de Freddy); el burócrata que quiere conservar el hallazgo por motivaciones crematísticas; los soldados ultrapreparados que intentan liquidarlo sin éxito, cada uno con su nombre -que pronuncian varias veces para que el espectador adopte una ridícula empatía- pero a años luz del carisma de los marines de Aliens. Etcétera. Además está el Uber-Jason, el engendro en el que accidentalmente se regenera nuestro asesino casi al final de la película que nos recuerda a un Terminator bastante divertido.

Nos reconforta comprobar cómo JV no ha perdido sus costumbres. Sigue recurriendo al teletransporte para desplazarse con el sigilo que le permiten sus 120 kilos de peso por una nave enorme e insólita para un habitante de Crystal Lake. La manía de dejar los cadáveres esparcidos para sembrar un poquito de pánico tampoco la ha perdido.

En el aspecto técnico se pueden destacar algunos elementos. La confusa pero inconfundible música de Harry Manfredini nos sigue acompañando. Se echan de menos los temas ochenteros de, por ejemplo, la octava entrega pero no debemos olvidar que estamos en los 2000 y ya tenemos -ejem- pelo en el pecho. Los efectos son tan extremadamente digitales que han envejecido horriblemente, como le sucedió a George Lucas en sus episodios I, II y III. En su momento nos debió flipar -seguramente, ahora parece difícil pensarlo- pero ahora parecen dignos de un videojuego de Playstation Uno. Cantan demasiado y se añoran las vísceras de andar por casa ochenteras. Eso sí, el truco final para engañar a Jason, utilizando una especie de realidad virtual del siglo XXV, es exuberante y, cuanto menos, original.

Resumiendo, Jason X es una mala película, con homenaje descarados y fórmulas y personajes desgastados, pero que no aburre excesivamente debido a su duración estándar de hora y media (qué importante es esta variable en una película y qué poco se tiene en cuenta) y porque nos gustan las naves espaciales y ver a Jason descuartizar.

Después de esta peregrina vuelta de tuerca qué vendrá? Jason Voorhees enfrentado a Freddy Krueger? Un remake innecesario y espantoso? Sólo las productoras con cajones llenos de telarañas lo saben.

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