viernes, 22 de septiembre de 2017

La credibilidad del payaso


Una agotadora y casi eterna promoción -especialmente a través de las redes sociales- hizo germinar en mí cierta antipatía hacia It (Andrés Muschietti, 2017) mucho antes de que se estrenara. Esta aversión creció los días previos al estreno, pues la efigie de Pennywise rondaba por doquier. Hay que reconocer que la estética del personaje es atractiva, una buena evolución del payaso que nació cinematográficamente en las carnes de Tim Curry, pero su omnipresencia resultaba francamente cansina. Además, tampoco se entendía el hype desmesurado, pues no era más que una segunda versión -tras un mediocre telefilm como primera- de una novela del prolífico Stephen King, que si por algo se ha caracterizado es por la facilidad con la que se adaptan sus historias a la gran pantalla.

A pesar de todo, las positivas opiniones leídas me generaron una buena predisposición. Aunque muy probablemente si se hubiera estrenado en una época de menos sequía de películas interesantes en cartelera la hubiera visto en el sofá de casa, acudí al cine con curiosidad y ganas de sorprenderme.

No me sorprendió mucho precisamente, pero me hizo pasar un buen rato. Muchos la catalogarían dentro del género de terror, pero miedo, miedo, no pasas mucho. Y eso que Muschietti aplica algunas de las trampas (sustos fáciles, aumento de decibelios, etcétera) que insertó hasta la saciedad en su irregular anterior trabajo, Mamá. Además es una película con críos, con las limitaciones argumentales que ello supone. Tal vez sea la escasa edad de los protagonistas, o bien el planteamiento tan coral de la historia, pero no llegas a empatizar realmente con ningún personaje. Te pueden caer mejor o peor, pero nadie alcanza el nivel de carisma suficiente. Entre estos personajes, obviamente, destaca el payaso bailarín, Pennywise, interpretado -porque así nos lo aseguran- por Bill Skarsgard, el enésimo miembro de la estirpe Skarsgard, competencia clara -y perdedora en dicha lid, a todas luces- de los Baldwin. Como he dicho, el diseño artístico es muy interesante, pero su sobreexposición le resta misterio. Será que nos hemos criado con Alien y Tiburón.

Llegados a este punto, como soy consciente de que llego un poco tarde y ya se ha hablado y escrito mucho sobre esta película, voy a aprovechar para permitirme una pequeña reflexión acerca de ese ambiguo misterio de la figura de Pennywise. No se trata de algo excesivamente grave, ni tiene por qué amargar el buen sabor de boca con el que sales de la sala, pero sí deja cierta sensación de narración incompleta. Nos faltan respuestas. De dónde sale el payaso? Y, sobre todo, cómo ha obtenido esos poderes mágicos? En el pasado han sucedido fenómenos extraños en Derry, la apacible pero puntualmente convulsa población del estado de Maine, que han mantenido el calificativo de extraños porque nadie ha averiguado -o se ha molestado en averiguar- el origen.

Esta incertidumbre que los habitantes de Derry asumen con una mezcla de resignación e indiferencia, que quizá provoca más desasosiego en el propio espectador, como he dicho no es especialmente preocupante. Porque es algo que hace 30 años, en nuestra infancia, no generaba inquietud alguna. No existía la necesidad de explicarlo todo. De dónde provienen los mogwais? Y por qué Jason Voorhees resucita? Disfrutábamos de las películas casi tanto o más que ahora, con flagrantes cabos sueltos que en absoluto menoscababan la experiencia cinematográfica.

Cuando la explicación podía ser extremadamente sencilla: fuerzas extraterrestres, invocaciones demoníacas... hasta un robot podía cobrar consciencia si le caía un rayo encima. O cualquier científico chiflado podía crear una fórmula para resucitar a los muertos o dos frikis adolescentes, tomando como materia prima una muñeca Barbie, fabricar a la mujer perfecta. Las pocas explicaciones que nos daban los guionistas para justificar los fenómenos extraños y paranormales resultaban tan rocambolescas como igualmente válidas a nuestros ojos cándidos y transigentes.

Ahora no, necesitamos una explicación a todo. Las historias que nos cuentan hoy en día tienen que cerrar completamente el círculo para que el espectador pueda completar el rompecabezas. Si no lo completa será por su ineptitud, no porque el guionista no le haya puesto todas las piezas sobre la mesa. Y no es "problema" de los nuevos espectadores, ésos que prefieren el remake de Karate Kid con el hijo de Will Smith a la original, sino de todos, en general. Porque nosotros, los que estamos convencidos de que algo tan random como un condensador de fluzo permite viajar en el tiempo, también exigimos una explicación a las películas que se producen actualmente.

Un último ejemplo, muy paradigmático, lo tenemos con Alien Covenant. Los xenomorfos que han hecho la vida imposible a la teniente Ripley y compañía son extraterrestres. Y punto. En el espacio, aparte de que nadie oye tus gritos, pueden existir las criaturas más insospechadas. Independientemente de que la justificación sea más o menos satisfactoria, semejante planteamiento nos genera un dilema. Nos quedamos con nuestra candidez ochentera o intentamos asimilar una teoría repleta de lagunas que intenta explicar algo innecesario desde el punto de vista pragmático? Hemos evolucionado o involucionado?

A día de hoy consideramos que un guión es bueno cuando todo está bien argumentado, sin margen para la arbitrariedad. Lo aceptamos y si algo falta, como en el patrón de hace 30 años, como en este It, notamos su ausencia.

sábado, 9 de septiembre de 2017

Viernes 13. La saga (2/2)


Viernes 13, Jason Vive (Tom McLoughlin, 1986)

En esta ocasión sí es el mismísimo Jason Voorhees el verdugo de los condenados por acercarse al campamento Crystal Lake... rebautizado como Forest Green para evitar la mala prensa del denominado campamento sangriento. En efecto, Jason vuelve a sus orígenes para continuar con la interminable tarea de liquidar monitores negligentes como venganza a la primera de sus muertes, cuando era un crío.

Venganza es precisamente lo que busca nuestro conocido protagonista, Tommy Jarvis (esta vez interpretado por Thom Mathews, a quien ya vimos en El Regreso de los Muertos Vivientes y su continuación). No satisfecho con saber que Jason está muerto y enterrado, planea profanar su tumba y quemar su cuerpo presuntamente descompuesto. Obviamente su plan tiene escaso éxito y, gracias a cierto factor paranormal y a un rayo, el asesino resucita al más puro estilo Frankenstein.

A partir de aquí se repite el esquema habitual. Jason va matando cruelmente a todo aquél que se le pone por delante (y si nadie se cruza en su camino, él se las arregla para encontrar alguna víctima) hasta el enfrentamiento final con los supervivientes. Tenemos la enésima final girl, Megan, que es quien remata a Jason tras los (poco sorprendentes) problemas del plan de Tommy -quien también sobrevive- para acabar, una vez más, con la vida del enmascarado.

Pocas novedades encontramos en relación a entregas anteriores. Una de ellas es que el asesino es mostrado desde el principio; en casi todas las muertes -como siempre, de muy diversa índole- vemos que es Jason quien los perpetra. La consolidación de la simpatía que sentimos hacia él hace que no nos importe en absoluto que nos priven de un desgastado componente de misterio.

Otro elemento sensiblemente novedoso es que el campamento... por fin tiene niños! Es algo complicado de introducir en un entorno de asesinatos en serie y la poca habilidad con la que lo hacen en esta película justifica su ausencia. Si bien es cierto que, a pesar de los escasos escrúpulos de Voorhees, en ningún momento tememos por su integridad, la reacción colectiva de los críos ante los terribles sucesos que acontecen (y que los torpes monitores disimulan con mucha precariedad) es escasamente creíble.

Monitores asesinables hay pocos, así que para saciar la sed de sangre de Jason se recurre a otro tipo de habitantes humanos del bosque, como ejecutivos machistas jugando al paintball (alguno de ellos acarreando un oportuno machete) o la intrascendente pareja que copula con toda la ropa puesta. Por cierto, dato importante, ningún pecho femenino es descubierto en el transcurso de esta película.

El plan de Tommy Jarvis para matar a Jason consiste en devolverlo al lugar de dónde salió, atándolo con una cadena a una roca y hundirlo en Crystal Lake, Como liquidar a Jason no es la tarea más sencilla del mundo, ésto no es suficiente y es Megan la que lo hace picadillo con la hélice del motor fueraborda de una barca.
Jason Voorhees está hundido en el fondo de Crystal Lake, presuntamente ahogado. Y ese presuntamente nos da unas esperanzas que se confirman en un último plano, con la apertura de un ojo debajo de la máscara de hockey.

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Viernes 13, Sangre Nueva (John Carl Buechler, 1988)

Esta película comienza con un necesario recordatorio de las andanzas de Voorhees en anteriores ediciones; estamos en el séptimo episodio y ya son muchos eventos (casi idénticos pero numerosos) que recordar. Es un detalle que se agradece, pues nos recuerda cómo acabaron (siempre presuntamente) con el asesino de la máscara de hockey en la sexta parte, con el fin de que encajemos las piezas y hallemos una coherencia que, por otro lado, tampoco parece que les quite mucho el sueño a los productores.

Como bien recordamos (básicamente porque lo podemos leer unos párrafos más arriba), Jason termina ahogado en el fondo de Crystal Lake. Pero no termina del todo, porque si no, no estaríamos hablando de esta película y el recurso del impostor ya ha sido utilizado en la quinta entrega. Paradójicamente la responsable de su resurrección resulta ser la que acabará siendo una nueva final girl, Tina, una joven traumatizada con poderes telequinéticos, lo que supone la gran novedad dentro de la serie. Por fin un post-adolescente con armas para poder plantarle cara a nuestro asesino...

Tina, traumatizada en su infancia por la muerte de su padre, de la cual se siente responsable (como no podía ser de otra manera, pues a causa de sus poderes murió sepultado por el embarcadero en nuestro famoso lago), acude con su madre y el desquiciante doctor Crews a la cabaña donde sucedieron los hechos, como desesperada terapia. El recuerdo de aquellos acontecimientos y los dudosos métodos del doctor Crews (interpretado por Terry Kiser, el famoso cadáver de Este muerto está muy vivo) conducen a Tina a una situación de estrés en la cual, intentando invocar a su padre muerto, no hace otra cosa que resucitar a Jason Voorhees, quien casualmente vegetaba en las profundidades del mismo lago.

Una vez justificado el retorno de Jason, la sucesión de asesinatos está servida. Una fiesta de cumpleaños, con jóvenes hiperhormonados e intrascendentes, supone un coto de caza demasiado accesible para nuestro ídolo. Al menos siguen preocupándose por presentárnoslos lo suficientemente repelentes como para que, una vez más, nos pongamos de lado del asesino. En esta ocasión además los fornicios son bastante frecuentes, aunque lo que interesa, la presencia de pechos femeninos, acaba siendo testimonial.

Hay muchas muertes; de hecho, aproximadamente el 90% de los personajes muere a manos y machete de Jason, pero el gore tampoco hace acto de presencia en exceso. Entre hachazos, machetazos y estrangulamientos, una muerte por trompetilla acaba siendo lo más estrambótico. También aquí destaca un hábito de Voorhees, y es el de mover los cadáveres. No sólo tiene el don de la ubicuidad (puede estar preparando una brocheta de campistas en medio del bosque y a los dos minutos estar lanzando por la ventana de la cabaña a una pareja recién copulada), sino que tiene la agilidad suficiente como para presentar los cuerpos descuartizados de los amigos a las futuras víctimas para acrecentar su miedo.

Ésta es la primera película en la que Jason es interpretado por el que probablemente sea su álter ego más célebre, Kane Hodder. De nuevo vemos a Jason sin la máscara, y está muy logrado. es un monstruo terrible... pero quizá pierda personalidad. Aunque el maquillaje es excelente, lo reconocemos y nos identificamos mejor con su máscara de hockey.

La muerte de Jason en esta séptima entrega es bastante surrealista, pero a estas alturas no desentona en absoluto; es más, supone un nostálgico homenaje a los orígenes. En un momento en que Voorhees ha resistido a todos los ataques telequinéticos de Tina y parece invencible, el difunto padre de la chica imita al Jason niño de la primera entrega y emerge del lago para que el asesino le haga compañía en ese fondo tan concurrido.

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Viernes 13, Jason Toma Manhattan (Rob Hedden, 1989)

A estas alturas Jason Voorhees no necesita presentación, pero sus primeras víctimas tienen el detalle de recordar quién es a los espectadores más despistados. También le proporcionan, presuntamente sin querer y tras otra recurrente chanza de adolescentes, la máscara de hockey, una vez se han ocupado de resucitarlo. Son una parejita enamorada -y temeraria- navega en una pequeña embarcación por Crystal Lake, cuando la noche y un apretón de hormonas les obliga a detenerse y soltar el ancla sobre un cable eléctrico submarino que provoca una descarga que resucita a Jason, hundido en el lago.

A partir de aquí, la película procede con el guión acostumbrado, esta vez dividido en dos escenarios. La primera mitad transcurre en un barco, el medio de transporte elegido por Jason para abandonar de una vez el lago de New Jersey. Un grupo de jóvenes se dispone a celebrar una fiesta (de graduación, de fin de curso, da lo mismo) en dicho barco, cuyo destino es la ciudad de Nueva York. Y claro, nuestro querido serial killer no puede resistir la tentación de asesinar a tantos potenciales monitores negligentes y se convierte en un peligroso polizón.

Esta parte es la más similar a las entregas anteriores. Los chavales van cayendo uno a uno, sin descubrir hasta que es demasiado tarde la presencia de Jason. Éste, sin embargo, en medio del mar no dispone de los escondrijos que le procuran los bosques alrededor de las cabañas del Campamento Sangriento, por lo que, sumado a su corpulencia, resulta aún más inverosimil que pase inadvertido. En cualquier caso, su capacidad de teletransporte le ayuda a escurrir el bulto con limpieza. También mantiene, aunque en menor medida por la logística antes mencionada, la costumbre de mover los cadáveres (o parte de ellos) y mostrárselos a sus futuras víctimas con el fin de sembrar el pánico.

Los personajes son viejos conocidos de la saga: el príncipe azul, la pija que hace bullying, el perrito, el loco (sosias de Ralph, el de las dos primeras entregas), los adultos protectores... y la protagonista, la final girl. Se trata de otra chica con trauma de infancia y una debilidad inoportuna: miedo al agua. Este dato, inicialmente tan intrascendente como las vidas del grupo de jóvenes que viajan en el barco, cobra importancia al enterarnos de que el trauma tiene relación con Jason y su famoso lago.

La segunda mitad de la película es algo más novedosa, debido a que el entorno varía sustancialmente: la superpoblada de asesinables humanos ciudad de Nueva York. Tanta población dispuesta a ser acuchillada estresaría demasiado al señor Voorhees, así que, una vez llega junto a los pocos supervivientes del barco, se dedica a perseguir únicamente a éstos. La cuestión es mantener el esquema habitual.

A nivel artístico, destacan un par de elementos. La música, típica de los ochenta, con canciones introducidas con calzador pero que nos producen una sensación agradable de traslado a aquella época. Y la estética del personaje, encarnado de nuevo por Kane Hodder, alcanza su cénit, probablemente su imagen más característica. Otra insólita novedad es la introducción de pequeños elementos cómicos que logran que empaticemos (aún más) con Jason. Este recurso ya se había utilizado anteriormente, pero con cuentagotas y es en esta entrega, por fin, cuando se consolida. Trasladarlo a un entorno diametralmente opuesto a Crystal Lake sin duda ayuda a lograrlo.

La muerte de Jason es diferente pero igual de enigmática que las anteriores. En plena persecución por calles, callejones y cafeterías, de Rennie y Sean, la final girl y su príncipe azul respectivamente, acaba en las alcantarillas, donde cada día, puntualmente a cierta hora, fluyen unos residuos altamente tóxicos. Los dos perseguidos logran esquivarlo, no así Jason, quien se convierte en niño al morir para contribuir al delirante misticismo de su biografía.


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Viernes 13, Jason va al Infierno (Adam Marcus, 1993)

Lo único salvable de este telefilm tal vez sean los efectos especiales de los KNB que, sin ser excepcionales, sí que están muy por encima del nivel general de la película. Probablemente estemos ante la peor entrega de la saga en muchos aspectos: malas interpretaciones, montaje desquiciante, personajes poco carismáticos... y un guión que hace trizas la mitología y el espíritu de Viernes 13.

A pesar de que Kane Hodder figura en un lugar destacado de los créditos, la presencia física de Jason es casi testimonial. La máscara sale poquito, cosa que no nos gusta y que, de una manera subjetiva, le resta puntos. Porque Jason está vivo, pero ocupando el cuerpo de otros, algo que ya hemos visto muchas otras veces pero inédito en esta franquicia. Aparte de esta absurda -y tardía- novedad, se genera una necesidad de explicar la inmortalidad de JV, en paralelo a racionalidad de la madurez que hemos alcanzado guionistas y espectadores en la década de los noventa. Este misterio en los ochenta nos daba un poco igual, de la misma manera que saber de dónde vienen los mogwais. A este respecto

Ahora resulta que Jason tenía una hermana, que a su vez tiene una hija y ésta, otra hija. Y, oh sorpresa, el asesino de Crystal Lake sólo puede morir a manos de una Voorhees. De manera simétrica, sólo puede resucitar a través del cuerpo de también una Voorhees. Porque Jason al comienzo de la película está vivo; aunque estemos en los noventa y haya que explicarlo todo, esta vez no es necesario conocer cómo resurge de las alcantarillas de Manhattan. La astuta policia le tiende una trampa y lo descuartizan, pero su mágico corazón sigue latiendo. Como no puede volver a recomponerse, utiliza el cuerpo del forense para cometer los primeros crímenes -entre ellos un celador de la morgue interpretado por el propio Hodder-, ir pasando de un cuerpo a otro y asesinando a aquel que ose campar por Crystal Lake. Aunque alguna muerte tiene una estética destacable, no es el monstruo de la máscara quien la lleva a cabo y le resta cierto atractivo.

Hay tres personajes principales. Creighton Duke, un "cazador de cabezas" que parece saberlo todo sobre Jason Voorhees pero que resulta ser únicamente un macarra totalmente improductivo; Jessica Kimble, la accidental sobrina de Jason, torpe, histérica y ajena a sus macabros ancestros, cuya principal preocupación es, obviamente, su hija y quien finalmente asesta el golpe de gracia a nuestro querido serial killer con una daga que le da Duke y que nadie sabe de dónde ha salido. Y Steven Freeman, la ex-pareja de Jessica y padre de la criatura, un héroe absolutamente anticarismático que no ha roto un plato en su vida pero que deja en evidencia al ayudante del sheriff al menos en tres ocasiones. No parece el elenco óptimo para acabar de una vez por todas con Voorhees, sin embargo tienen más éxito que sus predecesores. Tras clavarle Jessica la daga, la tierra se abre y unas enormes manos demoníacas agarran a Jason -ya con los músculos de Kane Hodder, pues ha podido resucitar al introducirse el parásito que permite la transmigración de cuerpos en el cadáver de Diana, su hermana y madre de Jessica-, encerrándole para siempre en el Infierno.

Pero como a los esbirros de Cerbero parece que no les gusta el hockey, escupen la máscara al exterior y ésta queda desenterrada... hasta que una mano con cuchillas surge de la tierra y vuelve a enterrarla. No es éste el único huevo de pascua que encontramos; cuando Steven cae al sótano de la Mansión Voorhees, en plena refriega con Jason, se puede ver una caja de madera dirigida a una expedición del Ártico para una tal Julia Carpenter, (Ártico? Carpenter?) muy similar a la del episodio de La Caja de Creepshow. También encuentran en esa siniestra vivienda un ejemplar del Necronomicón, lo que nos hace inferir los orígenes mágicos de la inmortalidad de Jason y aventurar una futura enemistad con nuestro también héroe Ash Williams.

Si esta entrega destroza la continuidad de la saga, y le sustrae la poca coherencia que tenía en un paradójico intento de otorgársela, sólo hubo que esperar ocho años para que, tanto continuidad como coherencia, volaran definitivamente por los aires.

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Jason X (Jim Isaac, 2001)

Cuando estábamos casi convencidos de que Jason Voorhees ardía en las llamas del Infierno, no porque dudáramos de su perseverancia en permanecer vivo sino porque ya había transcurrido casi una década desde que supimos de él, nos lo vuelven a presentar vivo y aparentemente coleando. Y nos da igual que el otro icono del cine de terror de New Line Cinema lo haya secuestrado en el mismísimo Infierno en la novena parte y que la continuidad continúe, valga la redundancia, hecha pedazos. Hemos perdido la coherencia, pero hemos ganado la posibilidad de ver estas películas en el orden que nos dé la gana. Importa muy poco que el guión tenga más agujeros que la máscara de nuestro protagonista.

Porque Jason está vivo y eso que sus enemigos lo han intentado (casi) todo. Por eso, a los más eminentes científicos la única forma que se les ocurre de aplacar a la bestia es criogenizarlo mientras cavilan un método definitivo de ejecución. A pesar de que otros científicos, aún más eminentes, encabezados por un cameo del bueno de David Cronenberg, no quieren exterminarlo, sino examinarlo para conocer el origen de su invulnerabilidad (y de paso hallar la Fuente de la Eterna Juventud). Por supuesto ambos planes salen mal y Jason acaba con todos los militares y civiles que lo custodian salvo Rowan (la que será nuestra teniente Ripley...), que consigue congelarlo y accidentalmente viajar junto a él más de cuatro siglos al futuro.

Tras este curioso y relativamente original planteamiento, nos encontramos con lo de siempre con una pequeña novedad en forma de explotación -o exploitation, término más definitorio- de la saga Alien. Jason-Alien va liquidando uno a uno a los tripulantes de la Grendel, hasta que al final sólo queda la heroína y algún que otro pringado que sobrevive para sorprender al indiferente espectador. Porque las similitudes con Alien son tan evidentes que da hasta vergüenza enumerarlas: el contexto de una nave científica, con cierto respaldo militar, que recoge unos cuerpos sospechosos; un androide que acaba desmembrado y que se enfrenta de manera enérgica al villano (lo que nos recuerda, en este caso, a los dream warriors de la tercera de Freddy); el burócrata que quiere conservar el hallazgo por motivaciones crematísticas; los soldados ultrapreparados que intentan liquidarlo sin éxito, cada uno con su nombre -que pronuncian varias veces para que el espectador adopte una ridícula empatía- pero a años luz del carisma de los marines de Aliens. Etcétera. Además está el Uber-Jason, el engendro en el que accidentalmente se regenera nuestro asesino casi al final de la película que nos recuerda a un Terminator bastante divertido.

Nos reconforta comprobar cómo JV no ha perdido sus costumbres. Sigue recurriendo al teletransporte para desplazarse con el sigilo que le permiten sus 120 kilos de peso por una nave enorme e insólita para un habitante de Crystal Lake. La manía de dejar los cadáveres esparcidos para sembrar un poquito de pánico tampoco la ha perdido.

En el aspecto técnico se pueden destacar algunos elementos. La confusa pero inconfundible música de Harry Manfredini nos sigue acompañando. Se echan de menos los temas ochenteros de, por ejemplo, la octava entrega pero no debemos olvidar que estamos en los 2000 y ya tenemos -ejem- pelo en el pecho. Los efectos son tan extremadamente digitales que han envejecido horriblemente, como le sucedió a George Lucas en sus episodios I, II y III. En su momento nos debió flipar -seguramente, ahora parece difícil pensarlo- pero ahora parecen dignos de un videojuego de Playstation Uno. Cantan demasiado y se añoran las vísceras de andar por casa ochenteras. Eso sí, el truco final para engañar a Jason, utilizando una especie de realidad virtual del siglo XXV, es exuberante y, cuanto menos, original.

Resumiendo, Jason X es una mala película, con homenaje descarados y fórmulas y personajes desgastados, pero que no aburre excesivamente debido a su duración estándar de hora y media (qué importante es esta variable en una película y qué poco se tiene en cuenta) y porque nos gustan las naves espaciales y ver a Jason descuartizar.

Después de esta peregrina vuelta de tuerca qué vendrá? Jason Voorhees enfrentado a Freddy Krueger? Un remake innecesario y espantoso? Sólo las productoras con cajones llenos de telarañas lo saben.

viernes, 1 de septiembre de 2017

Viernes 13. La saga (1/2)


Viernes 13 (Sean S. Cunningham, 1980)

Sin ser cronológicamente la primera película slasher de la historia, sí fue la que alcanzó la notoriedad suficiente como para crear ciertos patrones en dicho género, si bien muchos de ellos no se manifestaron hasta entregas posteriores.

Como todos sabemos, lo más destacado de esta primera, especialmente cuando se es consciente de todo lo que vino después, es que el asesino no es nuestro querido Jason Voorhees, sino su madre Pamela (personaje notablemente interpretado por Betsy Palmer). Por lo demás, a falta de la introducción de determinados elementos característicos y ciertamente carismáticos (por ejemplo, buscar la salvación a través del encierro en un armario, que Carpenter con su Halloween ya nos mostró), no difiere demasiado del resto de películas de la saga ni del alud de explotaciones ochenteras que la sucedieron.

En el prefacio nos muestran una especie de flashback donde, en un campamento pseudoreligioso (o sin el pseudo), una parejita atrevida y descocada y con ganas de pasarlo bien es brutalmente asesinada. A partir de entonces, el campamento Crystal Lake es conocido entre los lugareños como el campamento sangriento; han pasado apenas diez minutos de película y ya estamos perfectamente informados de que los joviales pero atrevidos monitores del campamento no van a tener una estancia precisamente agradable.

El número de víct... monitores del campamento es más o menos el de siempre, seis, ocho, nueve, depende de la voracidad de la familia Voorhees. Eso sí, con una estricta paridad entre hombres y mujeres y con algún solterón de por medio al cual el karma le bonifica con una demora en su ejecución.

En esta primera parte, los asesinatos se van sucediendo a partir de la mitad de la película, con una música muy adecuada que nos alerta inequívocamente de que algo de sangre vamos a ver, y una ausencia de luz que por momentos no sabemos si nos provoca más miedo o nos evita la visión de escenas desagradables. Los problemas eléctricos son todo un clásico en esta saga.

A pesar de contar con el incuestionable trabajo del maestro Tom Savini, el gore es muy moderado. O tal vez desde nuestro punto de vista, desde las alturas del año 2016, no llegamos a sentir la repugnancia que muchas películas actuales intentan provocar para disimular sus carencias. Pero en absoluto debe considerarse como algo negativo. El terror hay que buscarlo en otro sitio. En el asesino oculto, que liquida a sus víctimas sigilosamente y de una en una.

Resulta paradójico comprobar cómo la principal sorpresa de Viernes 13 se fundamenta en algo que todavía no ha pasado; si la vemos por primera vez, conociendo inevitablemente al personaje de Jason y su currículum, mientras la vamos viendo y se van gestando los crímenes estamos convencidos de que el asesino es él.

Y curiosamente sólo hace acto de presencia al final, en una onírica aparición que nos hace dudar de su verosimilitud y atacando a la única superviviente, Alice, que tiene el perfil de final girl que se repetirá en posteriores entregas. Esta demostración de la insólita mortalidad del niño Jason nos da pistas sobre los fenómenos paranormales que acompañan al personaje.

Jason no muere (se supone que el niño ya está muerto!), pero sí Pamela, decapitada por un... machete en manos de Alice, la final girl.

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Viernes 13, parte 2 (Steve Miner, 1981)

El final relativa y gratuitamente abierto de la primera entrega nos sirve en bandeja esta segunda parte, un nuevo ejemplo de explotación del género y del personaje. La revolución llevada a cabo en esta película es ciertamente escasa, repite el mismo esquema que su predecesora (y que la mayoría de sus continuaciones): un asesino oculto va ejecutando a sus víctimas, otro grupo de monitores en un campamento cercano al lago sangriento (no el mismo que el anterior, que conste, éstos no son tan inconscientes), sin mostrar su rostro hasta el final en su enfrentamiento con la final girl.

Y esta vez sí que es Jason, con su feo rostro oculto debajo de un saco con un agujero por el que asoma su ojo izquierdo, quien comienza atando algunos cabos sueltos, como acabar con Alice, la superviviente de la primera parte. También se deshace del Loco Ralph, el loco -de ahí su poco original epíteto- del pueblo que no deja de advertir a los jóvenes del peligro de acampar a orillas de Crystal Lake de una manera -comprensiblemente dada su reputación- infructuosa.

Aunque aquí también las muertes intentan ser variadas y creativas, pocos elementos originales incorpora esta película; una víctima en silla de ruedas, para mostrar lo despiadado que es Jason y poco más. Algo de sustancia dramática aporta la final girl de turno; como psicóloga infantil y conocedora de los traumas de nuestro asesino favorito, en una interpretación mediocre pero suficiente dadas las taras de Jason se hace pasar por la señora Voorhees para tranquilizarle y disuadirle de matarla. En un momento de confusión, aprovecha para asestarle un machetazo en el hombro y considerarle oficial e imprudentemente muerto.

Pero por supuesto esto no acaba aquí. Tras un susto simpático y típico en el género -pero poco explotado en esta saga- como la súbita aparición del perrito Muffin cuando todos creíamos que era Jason, éste atraviesa la ventana, con el machete aún clavado en el hombro, con la cabeza al descubierto y mostrando una frondosa, desaliñada e insólita melena, y ataca por la espalda a Ginny, nuestra heroína.

En el siguiente plano han llegado las autoridades y una ambulancia se la lleva, dándonos a entender que se acaba de despertar de un desmayo. Ella no sabe qué ha pasado después del ataque que ha sufrido y nosotros tampoco. Sólo tenemos la certeza de que Jason Voorhees sigue vivo y que, con un poco de suerte, haya una próxima entrega de sus fechorías...

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Viernes 13, parte III (Steve Miner, 1982)

El mismo argumento vuelve a asomarse en esta tercera entrega de los crímenes a orillas de Crystal Lake. Un grupo de amigos se disponen a pasar un agradable fin de semana mezclando naturaleza y drogas, alcohol y, si los astros se alinean, sexo. En realidad no sabemos con certeza si acuden al lugar donde Jason Voorhees y su mamá cometieron los crímenes; como cualquier adolescente de la época conocen la historia y no sería tan imprudentes como para tentar a la suerte. Pero hay un lago cerca...

Y, cumpliendo con los pronósticos, Jason va eliminando, oculto, silencioso, a estos jóvenes inocentes, a vecinos de la zona y a un grupo de macarras con ganas de gamberradas. El señor Voorhees no discrimina. Sin embargo, se vuelve a topar con su némesis, con un feroz contrincante que lo detendrá hasta, al menos, la siguiente entrega. En efecto, se trata de la final girl. Este personaje, a su vez, aporta la novedad de que el asesino de la máscara ya protagonizó ciertos acontecimientos que marcaron su infancia y le provocaron unos traumas que afloran levemente durante la película, como una especie de justificación argumental para que sea ella, y no cualquier otro insulso amiguito del grupo, quien finalmente sobreviva y venza a Jason.

Aquí ya podemos ver a un Jason algo más desmelenado. Las muertes son de un nivel de gore aceptable y de una variedad encomiable. Se recurre a tópicos ya conocidos y se introducen algunos nuevos, como la figura del bromista que continuamente finge su muerte -con el fin de "asustar" al resto de personajes y, de paso, a los espectadores haciéndoles creer que le ha matado Jason- y que, como al pastor del cuento, nadie le cree cuando realmente viene el lobo.

De todas maneras, si por algo pasará a la historia dentro de la saga la tercera parte de Viernes 13 es por dos cosas: por un lado, la proyección en 3 dimensiones, con unos resultados cándidos, inofensivos, inapreciables e innecesarios. Pero al menos ahí queda la ambición del proyecto.
El otro elemento de esta película que supone un antes y un después en la saga es el debut de la famosa máscara de hockey. Un elemento cotidiano (al menos en la cultura norteamericana) pero que en este contexto adquiere un matiz terrorífico de tal magnitud que actualmente es casi imposible desvincularla del personaje y del género.

Con muchas dificultades y con muchos lógicos sobresaltos, Jason finalmente muere de un hachazo en la cabeza (detalle que quedará grabado en la célebre máscara en próximas entregas). Como colofón y evidentísimo homenaje a la película original, la protagonista se despierta en una barca en medio de un lago bastante sucio y, tras superar algunos sustos y una nueva alucinación con Jason, es arrastrada hacia el agua por una señora Voorhees desfigurada y rebozada de lombrices.

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Viernes 13, Último Capítulo (Joseph Zito, 1984)

Aunque es reconocida por muchos como una de las mejores de la saga con justicia, la trama no difiere demasiado de las anteriores. Pero se nota que la experiencia es un grado y que con un entrenamiento ya de tres películas se consigue un producto de mayor calidad.

Comienza con el cadáver de Jason despertando de la morgue como (y sin el como) por arte de magia. Allí mismo ya liquida a los dos distraídos (por otros menesteres) enfermeros que lo custodian y sale del recinto -sin que nos lo expliquen ni falta que hace- para volver a su hábitat natural.

Ya en nuestra zona de confort, las orillas del lago, la historia se narra a través de dos grupos de personajes: por un lado, una familia compuesta por una madre separada, la hija mayor y el niño friki, Tommy, interpretado por Corey Feldman y uno de los escasos personajes recurrentes de la saga. A éstos se les une Rob, una especie de misterioso trotamundos altruista cuyo objetivo oculto es acabar con nuestro querido serial killer. En el otro lado, más concretamente en la cabaña contigua, nos encontramos con el menú favorito de Jason: un grupo de jóvenes con ganas de sexo, alcohol y darse un baño en pelotas en el lago. Hay que destacar que el recurso de los baños nudistas, teniendo en cuenta la ubicación tan privilegiada, no está suficientemente explotado en la saga. Entre los actores que interpretan a los chavales de esta pandilla encontramos a Crispin Glover, en un papel que le viene que ni pintado.

La importancia de ambos grupos está repartida asimétricamente; mientras la chica y su hermanito se convierten en los protagonistas y son los que se enfrentan finalmente con Jason -en un sucedáneo del personaje de la final girl con aditivos-, el grupito de sacos de hormonas acapara más minutos en pantalla porque son más numerosos y porque sus muertes son el contenido principal del metraje.

La resurrección le ha sentado bien a Jason y aquí ya está más cachas; también demuestra mayor versatilidad, sus asesinatos son más variados, como los utensilios que emplea: hachas, arpones, sierras, sacacorchos, sus propias manos... y el machete, claro.

Lo que hace esta cuarta parte diferente a las demás es su escalofriante final, con un asedio voorheesiano a la protagonista prolongado y terrorífico, que sienta las bases del Jason tal como lo conocemos, y una transformación física como mental del personaje de Tommy realmente inquietante (acaba dando más miedo que el propio Jason sin máscara). El juego psicológico del personaje de Feldman consigue que el asesino de Crystal Lake baje sus defensas y le asesta un machetazo en plena cara cuyo surco, cuando cae al suelo, la gravedad se encarga de pronunciar. Para evitar disgustos y para justificar el título de The Final Chapter, Tommy se ensaña con el machete en la ya de por sí deforme cara de Jason. No cabe duda, por fin está muerto.

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Viernes 13, Un Nuevo Comienzo (Danny Steinmann, 1985)

Jason ha muerto, pero su macabro recuerdo permanece. Especialmente en Tommy Jarvis, el chaval que acabó con él, ahora convertido en adulto, quien pagó como precio a la exterminación del monstruo un trauma muy severo.

El transtorno mental del personaje interpretado por Corey Feldman en la entrega anterior le obliga a acudir a un centro psiquiátrico. Y qué mejor lugar que... un campamento para jóvenes! A pesar de que allí coincide con un grupo de chavales aparentemente normales, su adaptación no es sencilla; además, las visiones relacionadas con sus terribles vivencias no dejan de atormentarle.

Por si Tommy no tuviera suficientes dificultades internas para lograr la paz en ese campamento, un terrible crimen se comete en él. El nerd gordito y pelmazo de turno es asesinado brutalmente por otro interno del centro (que esté justificado es lo de menos), con la fatal casualidad de que uno de los enfermeros que se hace cargo del cuerpo es el padre de la víctima... a quien el desgraciado suceso evidentemente no le sienta nada bien.

En ese momento se da el pistoletazo de salida de los crímenes despiadados. El modus operandi del asesino y el hecho de que estemos viendo una película de la saga Viernes 13 convierte a Jason Voorhees en el principal sospechoso. Incluso los sagaces miembros de la policía del condado, sin ser conscientes de que están dentro de una película, comienzan a sospechar de Voorhees como autor de los asesinatos hasta el punto de hacer dudar al espectador de la veracidad de su muerte en la cuarta parte. Como es habitual. cuando comete sus fechorías no le vemos la cara (ni la máscara), así que no podemos confirmar ni desmentir tan descabellada teoría. Sin embargo, la ausencia de fenómenos paranormales (voces, alucinaciones, resurrecciones gratuitas), resta puntos a esta versión.

Y finalmente lo vemos. Y lleva la famosa máscara y el tipo de indumentaria que suele llevar. Y su presencia sigue torturando psicológicamente a Tommy Jarvis. Pero no, no es Jason Voorhees el asesino. Jason está (y sigue) muerto. No lo descubrimos hasta que el impostor también muere, arrojado a unos clavos puntiagudos desde lo alto de un granero. Resulta ser el padre del chaval asesinado en el campamento al comienzo de la película, quien tampoco anda muy bien de la azotea.

Como siempre, el enfrentamiento final se produce entre quien creemos que es Jason (el sustituto no sólo "se curra" la máscara de hockey, sino el resto de la cabeza) y Pam (la final girl!), Reggie (un crío bastante repelente que hace las funciones del Tommy de la cuarta parte) y el propio Tommy, quien sobrevive para darnos el susto final y ser el anfitrión de la siguiente entrega.

Porque habrá siguiente entrega y tendremos más Jason, verdad?