sábado, 20 de septiembre de 2014

El tiempo no pasa tan deprisa en 'Boyhood'


Sin ser una película del perfil que más me gusta, la avalancha de elogios, alabanzas y orgasmos colectivos que Boyhood (Richard Linklater, 2014) estaba acumulando hizo que mi curiosidad se despertara. Ya sabía a lo que me enfrentaba: una película rodada durante más de una década, siempre con los mismos actores, que narra los distintos momentos de la infancia y la adolescencia de Mason, un chaval cualquiera. Así que ayer aproveché para de paso rememorar viejos tiempos acudiendo al antigo Cine Florida de Barcelona (hoy los Renoir Floridablanca), concretamente a la sala 2, la única que permanece estructuralmente intacta desde los tiempos en que la visitaba con una periodicidad prácticamente mensual.

A priori, el planteamiento es original -en el sentido de que, por culpa de la urgencias de la industria, es algo que casi nunca se ha hecho- y el esfuerzo de todo el equipo notable y aparentemente admirable. Una vez reconocido esto, que no es poco, nos queda disfrutar del producto. El grado de satisfacción, no obstante, es diferente en los tres ámbitos en que podemos dividir, a grandes rasgos, la película: el mensaje, la emoción y el entretenimiento.

El mensaje que transmite va intrínsecamente ligado a su peculiar estructura. Y lo resume excelentemente una excelente Patricia Arquette casi al final de la película. Tanto ella, como el desconcertante Ethan Hawke y el resto de personajes adultos, así como nosotros los espectadores, somos testigos del inexorable paso del tiempo a través de la evolución de la personalidad y la anatomía de Mason. Mientras él vive el momento (a su manera), nosotros nos percatamos de que cada vez somos más viejos cuando observamos sus "estirones". Tengo que reconocer que las transiciones de un momento de su vida a otro, el salto temporal, está realizado de una manera muy sutil, en absoluto abrupto, sin cortar el ritmo. Es suficiente con que nos muestren un corte distinto de pelo o la "pelusilla" de la pubertad que asoma bajo su nariz para indicarnos que ha transcurrido un año (ó dos, ó sólo meses, no importa), sin necesidad de puntos críticos ni situaciones traumáticas. Aunque en algún caso éstas efectivamente se producen.

En cuanto a la emotividad, que dada la ausencia de argumento debería ser el punto fuerte de Boyhood, tiene muchos altibajos. Hay algún momento de tensión, otros mínimamente cómicos y los supuestamente emocionantes se ahogan por el carácter con tendencia al monosilabismo de Mason. La mayor carga de emotividad la aporta su madre y las distintas vicisitudes (profesionales, económicas, sentimentales) a las que se enfrenta, siendo, efectivamente, el niño y su hermana víctimas de ello. En ese sentido, y me adelanto al siguiente párrafo, se puede decir que la película refleja a la perfección lo anodino de la vida de un adolescente. El personaje que interpreta la Arquette es de lo mejor de la película; como su hijo también evoluciona y casi todo lo que a él le pasa -y por tanto, la enjundia de la historia- es producto de las decisiones de ella. El personaje del padre intenta aportar el toque desenfadado en apariencia con drama familiar subyacente, pero adolece de la voluntariosa mediocridad de Ethan Hawke. La hermana, Samantha, se diluye como un azucarillo en la historia. Como en la vida misma, los hermanos comparten durante la infancia casi las 24 horas del día, domicilio familiar (incluso dormitorio), excursiones, tragedias, escasos momentos de alegría. Luego, como dicta el ciclo vital, los caminos divergen. En ese sentido la utilización del personaje es bastante correcta. El resto de secundarios tienen poco carisma y me parecen infrautilizados. Teniendo en cuenta las dificultades técnicas del proyecto (es posible que no se pudiera contar con tal actor en tal momento del rodaje), se echa en falta una mayor conexión entre los distintos puntos temporales de la historia, un mayor anclaje a través de personajes distintos a la madre o el padre; que alguien con relevancia al comienzo (hermanastros, compañeros de colegio, etc.) apareciera al final para reforzar la idea principal, la de la rapidez del paso del tiempo.

Una pintura que quiere abarcar 13 años requiere un lienzo considerable; resulta inconcebible explicar lo que pretende Boyhood en la duración estándar de un largometraje. La duración es adecuada para la magnitud y naturaleza del producto, sin embargo, acusa una irregularidad injustificada. En su conjunto no es una película aburrida, pero sí hay momentos en los que se puede hacer pesada. La primera mitad se consume bien, con agrado, pasan cosas más o menos interesantes. Pero cuando el chaval ya es adolescente y no tan entrañable, la hermana desaparece y con ella sus trifulcas, la madre comete errores que nos resultan familiares y el padre se deja bigote, empiezan a aflorar los pasajes en los que el tiempo ya no pasa tan deprisa. Para mi gusto, el recurso ¿fácil? del gag que nos extrae una sonrisa está infrautilizado y nos hubiera ayudado a digerir algunas escenas especialmente insustanciales. Quizás hubiera sido demasiado comercial pero la película sin duda se presta a ello.

Como conclusión, Boyhood es un experimento muy meritorio, con una dirección y producción impecable. Por desgracia se olvida de los espectadores que, en nuestra modestia e ignorancia, consideramos el cine como un entretenimiento.