viernes, 30 de diciembre de 2016

Una historia de Star Wars


Una historia de Star Wars (para bien o para mal, lo de "La guerra de las galaxias" suena hoy en día muy geriátrico), eso es lo que es justamente este caro entremés que nos sirve Disney este 2016 para calmarnos el hambre de más episodios de la saga galáctica por antonomasia. Por un lado, es una película de aventuras espaciales que sin el reclamo de la franquicia pasaría bastante desapercibida, desgraciadamente; parece que el interés de los magnates de Disney es suficiente y necesario para el éxito comercial y subyuga cualquier motivación creativa. Y por otro, encaja lo suficiente y necesariamente bien dentro del universo como para ser merecedor del emblema y aplacar la potencial ira del fan (apócope de fanático) que acude a la sala con lupa y microscopio.

Conscientes de ese contexto, mientras vemos la película inevitablemente dedicamos un porcentaje de nuestra atención a captar las referencias a precuelas y secuelas en forma de personajes, topónimos, acontecimientos, religiones y naves espaciales. Las encontramos efectivamente, y sin escrutar en exceso, en una medida bastante adecuada que no nos impide seguir una trama correcta pero algo escasa.

Se trata de una historia "externa" o "paralela", prescindible para la completa comprensión de la trama principal pero que cronológicamente resulta importante; es la manifestación cinematográfica de la elipsis entre el episodio III y el IV, la representación audiovisual de uno de los párrafos que progresan hacia el horizonte al comienzo de Una nueva esperanza. Y eso hace más bien que mal, aporta información adicional y coherente a la historia que tenemos grabada a fuego en nuestros corazones desde la infancia.

Sin embargo, el papel dentro de la saga del evento que relata Rogue One es tan minúsculo a nivel narrativo -como hemos dicho, apenas un par de líneas en las célebres letras espaciales del comienzo del episodio IV- que dos horas de metraje se presumen excesivas y acusa demasiado el relleno. Especialmente en su primera mitad, donde presentan unos personajes bastante tibios y una relación entre ellos de interés moderado, intercalado con unas escenas de acción que sirven una fácil desconexión a nuestro díscolo cerebro. La segunda mitad (o el último tercio aproximadamente, si contamos en minutos) es radicalmente diferente; minutos de acción con varios frentes abiertos, con tensión, con emoción, con elementos inverosímiles pero que digerimos con agrado, en los que resulta imposible desconectar ni un instante. Son tan brillantes que la pertenencia a la saga Star Wars resulta hasta irrelevante.

Como en toda historia, hay que hablar de los personajes. Al principio cuesta un poco conectar con ellos -Jyn Erso, por favor, tu vida ha sido una catástrofe pero sonríe de vez en cuando-; incluso llegamos a empatizar con el bufón, el alivio cómico de K-2SO, casi por obligación. Esto es Star Wars y necesitamos Han Solos, C3POes y compañías. De nuevo, con la aventura final, es cuando nos emocionamos y sufrimos por la integridad de nuestros recién creados héroes. El desenlace, obvio e inexorable, es para mí lo mejor de la película. Sabemos con certeza que toda la clandestina tipulación del Rogue One morirá -son personajes que ni siquiera se mencionan en las cuatro entregas posteriores estrenadas hasta ahora-, pero aún así su trágico y heroico final, justo cuando empezaban a caernos bien, nos pone los pelos un poquito de punta.

Se produce forzosamente y por exigencias de la coherencia en este fantástico universo, pero se echa en falta más momentos impactantes de esta magnitud. No pasa nada por matar a determinado personaje, no tenemos que esperar 30 años a que el actor que lo encarna ronde la jubilación para hacerlo; los personajes, como la imaginación, son gratis. Si tenemos el talento adecuado, podemos crear más, e incluso mejores.

Luego están las apariciones de celebridades y cameos. Darth Vader interviene poco y sin excesivas estridencias (la escena final es una frivolidad relativamente aceptable). El hecho de que su voz no sea por motivos obvios la del gran Constantino Romero tampoco me ha resultado tan nefasto; no tiene muchas frases y se asemeja bastante a la del doblador albaceteño. El digitalizado Gobernador Tarkin "canta" un poquito, pero porque los talluditos como nosotros sabemos que, a pesar de que tenga el mismo rostro al 90-95%, es imposible que sea nuestro querido Peter Cushing el que encarna el personaje. Y el cameo a lo Hitchcock o Stan Lee de los droides es absolutamente innecesario.

A nivel artístico, la película cumple y sigue a rajatabla el dogma de la trilogía clásica de LucasMichael Giacchino conduce la música siguiendo la estela del mejor compositor de bandas sonoras de la Historia del Cine con bastante dignidad, y no es en absoluto tarea fácil. Eso sí, la carne de gallina asoma sólo en momentos puntuales, en los que reconocemos nota a nota las fanfarrias de John Williams. De nuevo, los efectos especiales se moderan en cuanto a su contenido en CGI y las maquetas son una presencia tan agradecida como lo fueron el año pasado en El Despertar de la Fuerza. Algo que el paso del tiempo juzgará, pero que en el presente, que es lo que nos importa, merece un aplauso.

Rogue One es una película correcta, pero menor. Si fuera una de las oficiales de la saga supondría una gran decepción, pero es muy consciente de su papel y de su relevancia dentro de este universo que Disney se han empeñado -sabiamente desde un punto de vista comercial- en expandir. Por eso hay que verla, sin duda, pero no hace falta revisionarla, ni mucho menos aprenderla de memoria como deberíamos hacer con los episodios del IV al VII.



sábado, 5 de noviembre de 2016

Top 5 de Canciones Terroríficas

 5 
Creedence Clearwater Revival - Bad Moon Rising





 4 
The J.Geils Band - Fright Night





 3 
Dokken - Dream Warriors





 2 
Ramones - Pet Sematary





 1 
Alice Cooper - He's Back (The Man Behind The Mask)



sábado, 17 de septiembre de 2016

Robot Monster



En los años cincuenta recibimos numerosas visitas de seres del espacio exterior, algunos con pacíficas intenciones, con voluntad de compartir conocimientos e incluso ayudar desinteresadamente a la especie humana; en cambio otros ven a los terrícolas, bien como una amenaza, bien como un enemigo demasiado fácil de derrotar e indigno de poblar un planeta tan apetitoso como la Tierra, lo que les lleva a una actitud más beligerante.

Pero ninguno de ellos es tan demoledor como los Ro-Mans, los malvados marcianos con casco espacial con antenitas y cuerpo de gorila de la película Robot Monster (Phil Tucker, 1953). Éstos, ni cortos ni perezosos, aniquilan por completo a la raza humana, directamente con sus Rayos-Q Cósmicos o sembrando la confusión entre naciones en una época nuclear donde apretar el botoncito de lanzamiento de misiles es muy fácil. La especie humana se ha extinguido? NO! El artilugio para contar personas del Jefe Supremo de los Ro-Mans le indica que el agente enviado a la Tierra no ha completado su misión, aún quedan 8 humanos con vida.

Éstos, casi todos miembros de una misma familia, sobreviven a los letales rayos Q gracias a un suero experimental del padre, un eminente científico. Un suero cuya función inicial es nada menos que curar todas las enfermedades. También consiguen aislar su refugio de los detectores de Ro-Man, de manera que, aunque la cueva donde éste ha instalado su campamento está a un tiro de piedra de ellos, el alienígena es incapaz de localizarlos.

Ante esta situación, las comunicaciones entre el Jefe Supremo (o Gran Guía) y el Ro-Man terrestre, de apellido XJ2, y entre éste y la familia, son constantes. Entre los primeros, para que el mando reafirme (y reoriente) los parámetros de la misión a su subordinado, que no son otros que liquidar a los humanos que siguen vivos. La comunicación (por la misma pantalla!) con la familia superviviente consiste básicamente en peticiones de rendición.


Naturalmente, la familia no puede aguantar mucho tiempo aislada en su refugio (del cual sólo vemos la esquina de un patio rodeado por un muro) y algunos de sus miembros van realizando salidas al exterior, lo que aprovecha el alien para estrangularlos o por lo menos perseguirlos ridículamente. Mientras, en una de las comunicaciones por la pantalla, XJ2 ve a Alice, la hija mayor. Y sin tener muy claro lo que está pasando, comienza a experimentar sentimientos demasiado humanos para los Ro-Mans. De modo que se rebela y no sigue estrictamente el Plan impuesto por el Gran Guía, pues, cuando captura a la chica, demora todo lo posible su ejecución.

Así que el Gran Guía se cabrea y lanza de nuevo los rayos Q, que matan a XJ2, y cuyo otro de sus efectos es devolver a los dinosaurios a la Tierra. Quien dice dinosaurios dice dos tricerátops luchando entre ellos, un cocodrilo con una aleta dorsal pegada enzarzado en una pelea con una especie de iguana, e incluso un armadillo. Los humanos (se supone) se han extinguido, pero el planeta ya no les sirve a los Ro-Mans. Tras todos estos despropósitos hay una pequeña sorpresa al final, de la cual no vamos a hacer spoiler, pero que la incoherencia de la trama invita a sospechar de qué se trata.

Es posible que Robot Monster figure en muchas listas de peores películas de la historia, pero la (presumiblemente) buena voluntad, el carisma del gorila espacial, los efectos especiales cutres y las irregulares interpretaciones la convierten en un objeto de cierto interés. Además, viéndola sólo pierdes 62 minutos de tu tiempo!



lunes, 30 de mayo de 2016

Sucesos en la Cuarta Fase


Una vez transcurrida la trepidante década de los cincuenta, en la que un torrente de gigantescas amenazas biológicas arrasaron ciudades y continentes dentro de pantallas de cine, las criaturas mutantes con deseos de exterminar la Humanidad vieron que hacerse grande no era garantía de éxito. Mantis, tarántulas, reptiles, incluso mujeres de 50 pies, exploraron otras vías para dominar la Tierra. Al menos en Occidente, porque en el cine japonés los monstruos colosales no se rindieron tan fácilmente.

Las hormigas ya lo habían intentado infructuosamente en Them! (o La Humanidad en peligro) (Gordon Douglas, 1954), pero su proverbial constancia les obligaba al menos a volver a intentarlo. Esta vez de manera mucho más sigilosa... y más verosímil.

Phase IV (Saul Bass, 1974) describe, como indica el título, a lo largo de su metraje las cuatro fases de la evolución de unas hormigas en una colonia en pleno desierto de Arizona, un proceso cuya siniestra culminación es la subyugación de la raza humana. Todo comienza con un extraño fenómeno astronómico con consecuencias aparentemente inocuas para los habitantes de la Tierra... a excepción de estas hormigas. Éstas comienzan a alterar su comportamiento; las distintas especies -otrora irreconciliables- empiezan a cooperar, mientras que la población de sus más célebres depredadores (arañas, mantis...) se ve drásticamente mermada.

Un científico, el doctor Hubbs, y un especialista en cifrado de mensajes de ballenas, James Lesko, acuden a la zona a investigar -y si es necesario, aplacar- el problema de las hormigas. En un principio, la principal traba a la que se enfrentan son de índole burocrática; la investigación tiene un coste económico demasiado alto y un horizonte temporal demasiado breve como para depender del libre albedrío de unos insectos. Sin embargo, ése se convierte en un problema menor, pronto todo se vuelve en su contra y la ventaja inicial de los humanos, en aspectos como el intelecto, el tamaño o la tecnología, se reduce en paralelo al crecimiento de la colonia de hormigas como entidad intelectualmente unitaria.

Las hormigas boicotean las instalaciones de los científicos, destruyendo la comunicación con el exterior o edificando extrañas construcciones alrededor de la cúpula donde viven y trabajan Hubbs, Lesko y Kendra -la nieta de unos granjeros de la zona a la que rescatan- que, recibiendo oportunamente los rayos solares, incrementan notablemente la temperatura en el interior del recinto. Poco a poco las hormigas se van haciendo con el control de la situación. La claustrofobia que provoca estar en medio de un desierto, rodeados de gas tóxico -producto de un ataque preventivo hacia las hormigas- y la amenaza de un enemigo insignificante individualmente pero aterrador cuando va acompañado generan una inquietud mayor que la que provocarían unos bichos de veinte metros de altura.

La inteligencia de esa entidad formada por millones de hormigas alcanza niveles muy altos, hasta el punto de ser capaces de comunicarse, no sólo entre todos y cada uno de los miembros de su organismo, sino con los propios humanos. Éstos, en cambio, sufren el proceso contrario; el doctor Hubbs, que ha sufrido una letal picadura en la mano, enloquece en su intento de acabar con la reina de la colonia, el nexo de unión de todo un sistema nervioso con obreras y machos alados como neuronas. Lesko, sin embargo, más pragmático, asume la derrota y llegando al hormiguero es testigo del inicio de la Cuarta Fase: la esclavización de la raza humana.

Este final apocalíptico y pesimista tiene como epílogo un metraje inédito que los directivos de la Paramount obligaron a Saul Bass a recortar. Estuvo "perdido" mucho tiempo, pero en tiempos de YouTube casi todo tiene solución.



Phase IV es un clásico de esa ciencia-ficción setentera que tanto nos gusta. En algunos momentos se asemeja a un peculiar documental de insectos, gracias a la excelente aportación de Ken Middleham, aunque la mayoría de las veces las imágenes no están exentas de cierta contribución dramática. Pese a su aparente sencillez, aborda temas filosóficos y políticos, e incluso hay momentos catalogables dentro del género de terror. Nosotros nos quedamos con ese toque de ciencia-ficción previa a un futuro distópico, donde nos gobernarán las hormigas, y con ese final catastrófico. Porque las películas de este tipo tienen que acabar mal, porque los humanos hacemos las cosas mal y tenemos que aprender de nuestros errores.

sábado, 14 de mayo de 2016

La Profecía


No se debe desaprovechar la oportunidad de ver un clásico del terror como La Profecía (The Omen, Richard Donner, 1976) de la manera en que se tienen que ver las películas, en pantalla grande. Y si bien es cierto que han pasado 40 años desde su estreno y el cine de terror ha evolucionado en paralelo a nuestra capacidad para asustarnos, sigue resultando estremecedora. Por varios motivos.

Esta película cuenta con un considerable número de imágenes icónicas del género, con planos impactantes como el suicidio de la niñera y la posterior mirada de pánico extremo de Lee Remick, la muerte por empalamiento del cura, el empujón de Damien con su triciclo a su madre y sobre todo la mirada perversa del crío. También hay varias escenas de mucha tensión, que aún hoy en día nos provocan cierta inquietud en la butaca: los babuínos asediando el coche, los perros en el cementerio, ese final apoteósico...

Porque la película comienza muy sosegada, relatando la pacífica vida de una familia, no totalmente normal por su privilegiada situación, pero con un gran secreto. Conforme se van sucediendo los acontecimientos (muertes extrañas y esas cosas) y el protagonista, Robert Thorn (Gregory Peck), va venciendo su lógico escepticismo inicial, el ritmo aumenta hasta alcanzar su clímax en los últimos minutos.

Capítulo aparte merece la banda sonora del gran Jerry Goldsmith. Una buena parte de la tensión y el miedo que nos provocan muchas de las secuencias se debe al magnífico acompañamiento musical. El efecto de quitarle la música (o sustituirla por otra menos brillante) sería similar al de prescindir de las fanfarrias de John Williams en E.T. o Indiana Jones y el Templo Maldito.




Viendo La Profecía hoy no se pasa realmente miedo, al menos no tanto como el que tuvieron que pasar los que la vieron hace 40 años. Lo que sí es cierto y relativamente preocupante es que se puede pasar más miedo que con la mayoría de películas de terror que se hacen en la actualidad.


viernes, 13 de mayo de 2016

Guerra Civil


Otra más. Y ahora con más personajes, para superar a la anterior. A este crecimiento exponencial, los señores de Marvel alcanzarán la difícil empresa de agotar su superpoblado Universo. Porque ahora da pereza retornar a aquellas historias de un solo héroe contra un solo villano, y cuyas apariciones fugaces (rozando el cameo) de secundarios era todo un acontecimiento. Sin ir más lejos, las recientemente estrenadas realizadas a la vieja usanza (Deadpool, Ant-Man...) necesitan recurrir a más personajes para coger un poco de oxígeno.

El único problema es encontrar la manera de dar marcha atrás. Porque este esquema narrativo es prácticamente insostenible: agotamiento de la fórmula, complejidad narrativa en aumento, agendas apretadas y pretensiones caprichosas de actores imprescindibles, etc. Habrá que volver atrás... pero no tenemos prisa.

Otra característica que condiciona Capitán América. Civil War (curiosamente no habíamos nombrado el título de la película protagonista de este artículo hasta ahora) ya lo hemos tratado en otros artículos de este humilde blog. Las películas de este nuevo género -de superhéroes?- se conciben, no de manera aislada, sino como una serie. O mejor dicho, como una red, sin un orden cronológico estricto que las alinee. Esto puede tener dos efectos negativos: por un lado, supone un yugo al buey de la creatividad de los guionistas, ya que algunos aspectos (presencia/ausencia de algunos personajes, consecuencias de acontecimientos pasados, etc.) deben tenerse en cuenta a la hora de explicar la historia que nos ocupa en este momento. Exactamente como en una serie. En el cómic, género primigenio, también pasa a menudo, pero en ese medio resulta más barato reinventar universos. El otro efecto negativo, relativamente más grave, es que puede condicionar el visionado del espectador. Todas estas películas tienen la simplicidad suficiente como para que no suceda, pero para disfrutarla plenamente tenemos que hacer previamente los deberes.

Reflexiones filosóficas -y a estas alturas ya un poco redundantes- aparte, la película merece la pena. No es un peliculón, pero es honesta, cumple con lo que promete. Para lo bueno y para lo malo. Porque junto a efectos digitales exagerados, moralismo inverosímil, agujerillos de guión, entre otros defectos, tenemos acción a raudales e ininterrumpida, que es básicamente lo que buscan nuestros cerebros ávidos de desconexión.

La película tiene muchos personajes, como ya ha quedado claro. Y tenemos que confesar que la cuota de pantalla de cada uno de ellos está increíblemente bien repartida. Tal vez en alguna batalla perdamos de vista a algún personaje (el escaqueo es inevitable en el trabajo en equipo), pero da la impresión de que si contamos los minutos en los que interviene cada uno, nos sorprendería el resultado. Pertenece a la saga del Capitán América y el desarrollo del argumento no deja lugar a dudas, pero Tony Stark también goza de sus buenos minutos. Por cierto, no sabemos si por culpa de Chris Evans, pero Steve Rogers, a pesar de todos sus superpoderes, el carisma del personaje del cómic y su rebeldía antisistema, nos sigue resultando soso. Mucho más cuando lo comparamos con Iron Man, con un Robert Downey Jr. en su interior al que muchos vaticinaban agotamiento a corto plazo pero que resiste con mucha solvencia.

Nos gustaría, para terminar este humilde análisis, comentar un par de cosas. Y sin spoilers, como hasta ahora. Técnicamente vuelve a ser insuperable, con unos efectos digitales que nuestras retinas ya reconocen, pero que quizás abusa del movimiento de la cámara en los combates y nos priva de una coreografía seguramente excepcional. También en alguna escena exigente los dobles cantan, algo entrañable en producciones de menor presupuesto pero merecedora de tirón de orejas en eventos cinematográficos de este calibre.

En relación a la historia, el papel del villano también es digno de mención por su originalidad. No responde al arquetipo de ser todopoderoso, de cuya génesis somos testigos. Se limita a urdir un plan ingenioso, con un propósito claro y convincente. E interpretado por un -como siempre- excelente Daniel Brühl.

Capitán América. Civil War es otra pieza del rompecabezas, otro eslabón de la cadena, otro ladrillo del edificio. Pero que sigan, que sigan construyendo que, aunque ya nos sabemos el truco, nos estamos divirtiendo.

sábado, 26 de marzo de 2016

El Amanecer de la Justicia


Ni se trata de la mejor película de superhéroes(1) ni le resta un ápice de credibilidad al bueno de Zack Snyder. Batman vs Superman, el Amanecer de la Justicia es una buena película que tiene detalles -algunos imperdonables- que la alejan de convertirse en una película redonda.

La tormenta de ideas (y de opiniones) que genera su visionado necesita un poco de pacificación. Por eso, para organizar mejor este humilde análisis, lo dividiremos en dos secciones: lo bueno y lo malo. También habrá algún spoiler; por tanto, querido lector, si aún no ha visto la película y prefiere evitarlos, le invitamos a que lea el artículo una vez la haya podido ver.

Lo bueno:

  • Lo mejor, sin duda, es la participación de Wonder Woman. Sin apenas trascendencia en la trama, su presencia se justifica únicamente como heraldo de las secuelas y crossovers que están por llegar. Sin embargo su aparición es tan contundente en la parte final de la película que eclipsa y devora casi literalmente a los otros dos héroes. Entre estos dos personajes que ya nos resultan demasiado conocidos (lo que no significa que nos hayamos cansado de ellos), la amazona supone, como se diría de manera bastante cursi, un soplo de aire fresco. Ni que decir tiene que esperamos como agua de mayo la primera entrega de su propia serie. 
  • El personaje de Lex Luthor. Las dudas y la inconstancia de Batman y Superman en su hostilidad mutua convierte a Lex Luthor en el villano de la película. No es ninguna sorpresa que ambos héroes, de naturaleza bondadosa, se acaben aliando y luchando en el bando "de los buenos", y gran parte de culpa de este alineamiento la tiene el personaje interpretado por Jesse Eisenberg. Sin ser un villano memorable, cumple con creces su misión gracias a sus medios económicos, su imprescindible locura y su elevado grado de maldad intrínseca. Uno de los aspectos más controvertidos de este personaje fue el cásting; la elección de Eisenberg tal vez fue algo frívola pero, para nuestro gusto, altamente atractiva. De esa generación de actores permanentemente adolescentes, su papel en La Red Social (2010) -bastante similar al de Luthor en ciertos aspectos- fue determinante para acaparar nuestras simpatías.
  • Analizados aisladamente, los personajes de Batman y Superman tampoco están mal. Si la elección de Eisenberg para Lex Luthor fue polémica, la de Ben Affleck para Bruce Wayne la superó con todos los honores. Y sin embargo cumple. El Hombre Murciélago es un personaje al que aún no han encontrado al actor definitivo que lo encarne -si tenemos que elegir alguno, nos quedamos con Michael Keaton sin estar plenamente convencidos-. Affleck tampoco lo es. Las canas en las sienes y su fornida anatomía le otorgan una solemnidad propia del Caballero Oscuro de Frank Miller, lo cual es de agradecer porque es una de las mejores versiones de Batman jamás escritas. Pero se le nota cierta fragilidad al final de la película, sensación a la que contribuye el muy solvente Superman diseñado para Henry Cavill, buena gente cuando se disfraza de Clark Kent, incluso pardillo en determinadas circunstancias, pero extremadamente poderoso. Lo que se necesita para crear un buen Superman.
  • La película se divide claramente en dos partes; una primera mitad más argumental y filosófica y otra segunda compuesta exclusivamente de acción. En esa primera hora y pico de proyección vemos una loable voluntad de aportar algo más que efectos digitales en una película de este tipo y, aunque no totalmente, lo consiguen. La falta de éxito de este planteamiento se debe a una constante sensación de espera; nos han vendido una lucha entre nuestros dos superhéroes favoritos y es lo que hemos comprado. Los amagos, las indirectas, los mensajitos que se lanzan principalmente como sus alter ego humano, nos preparan sin que nos demos cuenta (o sí) e incrementan esta impaciencia.
  • Y cuando la espera termina, el espectáculo está servido. Nos encontramos con una lucha, no a dos bandas, sino a muchas. Y eso, sin ser la panacea de la originalidad, es como un pequeño oasis en las continuas historias de buenos contra malos que tantas veces hemos digerido. Pero la novedad es frágil y breve y pronto cae en el tópico del despliegue de efectos, por otro lado, excelentemente ejecutados. Luchas cuerpo a cuerpo, rayos eyectados de los ojos, destrucción de ciudades... la última media hora no es muchísimo mejor que nada que hayamos visto antes (en la factoría Marvel, sin ir más lejos) pero es apoteósica. Con tanto efecto digital quizás el ojo de espectadores Cebolleta como nosotros se pierda, pero se disfruta notablemente. Nos dan justamente la acción que tanto estábamos esperando.


Lo malo:

  • A nivel global, la sensación de que no hemos visto una película, sino el capítulo de una serie. Y no es un defecto exclusivo de Batman vs Superman, sino lamentablemente una tendencia. Este tema quizá merecería un artículo propio (una vez más), pero es inevitable que los espectadores nos sintamos como marionetas en una guerra entre Marvel y DC (o entre Disney y Warner, da lo mismo), en la que ambos bandos siempre ganan. Si compramos la entrada para ver esta película, nos obligan a que compremos las entradas para toda una saga ya programada para los próximos 5 años si queremos conocer el final de la historia. Si es que ese final existe. La película tiene un final, en efecto, pero lo más atractivo son esos detalles (quién es Wonder Woman? Y los otros tres humanos con poderes que hemos visto? Ha muerto realmente Superman?) cuya incógnita se revelará (o no) en futuras entregas. Eso condiciona inevitablemente el visionado. En nuestros tiempos -y volviéndonos a poner en la piel del abuelo Cebolleta- veíamos una película sin saber de antemano si iba a tener secuela/s.
  • Otro de los problemas, también ajeno a la propia película, es el perjuicio que llevan consigo los tráilers y la información previa. Si en vídeos promocionales nos muestran sin disimulo a Doomsday, sabemos que en la lucha final éste será el principal adversario, destrozando nuestra potencial capacidad de sorpresa. Como también esperamos (y cómo lo esperamos) que Wonder Woman se alinee con el Caballero Oscuro y el Hombre de Acero en esa lucha final. Es difícil controlar la corriente de información desbocada que la sociedad actual permite que fluya pero, como analizamos en un artículo de este blog, hay que saber dosificarla para no menoscabar el disfrute de la película. Hemos llegado a un punto en que el producto se comienza a consumir mucho antes de su estreno y eso, no sabemos si es mejor o peor, pero resulta extraño. 
  • Como es posible que ya haya quedado claro, la película en sí no es perfecta. El guión, sin ser un elemento crucial en los productos de este género, tiene algunos fallos. Por ejemplo, el que más llama la atención, es el motivo por el que en el último instante Batman perdona la vida a Superman y toda la enemistad se convierte en alianza. Porque sus madres se llaman igual, Martha? Por supuesto que Bruce Wayne quería mucho a su madre, pero la conciencia no actúa tan rápido como para perdonar al instante a un enemigo que llevas persiguiendo tanto tiempo. Por desgracia nos queda la sensación de que si nos ponemos a diseccionar con más esmero encontraremos más giros argumentales cogidos con pinzas. También el recurso del sueño -presente en más de una ocasión- es barato, si no gratuito, para mostrarnos escenas de relleno o que alimenten a los especuladores visionadores de tráilers. No conviene abusar (2).
  • Oficialmente es la segunda entrega de la saga de Superman, pero realmente es la primera de otras muchas sagas. Por eso sale Batman, Wonder Woman y más personajes muy de soslayo. La presentación de estos personajes (que no son otros que Flash, Aquaman y Cyborg, los que faltan para formar la Liga de la Justicia) resulta muy forzada y sacrifica minutos de metraje de esta película con escenas de escaso aporte y calidad. Se podía haber hecho de manera más elegante, con guiños y alusiones que los fans cercanos -y no tan cercanos como nosotros- hubieran aplaudido. Es la demostración, una vez más, de que no es un producto aislado sino una pieza más del rompecabezas que DC está construyendo. Un rompecabezas que será maravilloso, pero de cuyas piezas será difícil disfrutar de manera independiente.
El mundo de los cómics es fascinante y, ante la falta de ideas de Hollywood, supone un filón casi inagotable. No obstante tenemos ganas de ver a Zack Snyder en otro registro, también en un universo fantástico o de ciencia-ficción, pero lejos de la influencia tan directa de los cómics. Debemos tener cuidado y dosificar este género, el de los cómics. Debemos procurar no esterilizar demasiado pronto a la Gallina de los Huevos de Oro.


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(1) Tan relativamente extensa es la producción actual que el cine de superhéroes se ha ganado a pulso el calificativo de género cinematográfico, como el cine negro, el western o la comedia romántica.

(2) Porque cuando veamos cosas raras en cualquier película pensaremos que se trata del sueño de un personaje, intrascendente para la trama. Y en muchos casos lamentablemente acertaremos.

viernes, 18 de marzo de 2016

Los 5 orígenes del terror

Un monstruo es, por definición, un ser que causa miedo por su apariencia física y, en la mayoría de casos, por sus poco amistosas intenciones. Una definición muy amplia que engloba a un sinfín de criaturas que podrían catalogarse de decenas de maneras distintas. En el presente artículo nos vamos a detener a clasificar en 5 categorías algunos monstruos cinematográficos de los años 70 y 80, según su procedencia. Intentaremos responder a la pregunta:

De dónde vienen los monstruos?


1. El espacio exterior.
El cosmos, formado por galaxias desconocidas, siempre ha sido fuente de inspiración para la creación de seres deformes. Salvo los insectos, que por su tamaño resultan individualmente menos amenazadores, en el planeta Tierra tenemos a casi todas las especies animales identificadas, así que no nos queda más remedio que viajar algo más lejos si queremos tropezarnos con bichos que nos den miedo y no podamos simplemente vencer con la ayuda de una escopeta. Aunque, para nuestra comodidad, en la mayoría de casos son estos seres los que vienen a visitarnos...


Entre muchas otras, los podemos encontrar en:
Alien (Ridley Scott, 1979)
La Cosa (John Carpenter, 1982)
Xtro (Harry Bromley Davenport, 1983)
El terror llama a su puerta (Fred Dekker, 1986)
Invasores de Marte (Tobe Hooper, 1986)
Critters (Stephen Herek, 1986)
Mi amigo Mac (Stewart Raffill, 1988)


2. El laboratorio.
La mente humana, pillando desprevenida a la naturaleza, es responsable del génesis de muchas criaturas que podríamos calificar como monstruos. En algunos casos por pura maldad del típico científico chiflado o, casi siempre, por accidente, nos acabamos encontrando con una amenaza que podríamos haber evitado si el mad doctor de turno se hubiera estado en casa quietecito haciendo ganchillo.


Algunos títulos son:
La mujer explosiva (John Hughes, 1985) (y todos los sucedáneos del monstruo de Frankenstein)
La cosa del pantano (Wes Craven, 1982)
El vengador tóxico (Lloyd Kaufman, 1984)
Underworld (George Pavlou, 1985)
La mosca (David Cronenberg, 1986)
Trans-Gen, los genes de la muerte (Stephen Carpenter, 1987)


3. El más allá.
El Diablo siempre ha sido un excelente creador de monstruos. Desde los albores de la civilización, para justificar cualquier comportamiento alejado de lo aceptado socialmente se ha utilizado en los círculos religiosos una figura demoníaca, antítesis del pertinente dios protector, con la capacidad de poseer a los humanos para que éstos vomiten más palabrotas de la cuenta. O bien, para explicar lo inexplicable, se recurre a entidades atrapadas entre el mundo terrenal y la morada divina, sin forma corpórea pero con ganas de hacer travesuras. Ésos que nos lo pringan todo de ectoplasma.


Algunas cintas poseídas célebres son:
El exorcista (William Friedkin, 1973)
La profecía (Richard Donner, 1976)
Drácula (John Badham, 1979)
Posesión Infernal (Sam Raimi, 1981)
El ente (Sidney J. Furie, 1982)
Poltergeist (Tobe Hooper, 1982)
El príncipe de las tinieblas (John Carpenter, 1987)
Night of the demons (Kevin S. Tenney, 1988)


4. La magia y el folklore.
Los cuentos que nos leían cuando éramos críos siempre giraban alrededor de algún elemento mágico: brujas, ogros, duendes, magos, dragones... Algo difícil de justificar científicamente pero imprescindible para la cohesión y la verosimilitud de la historia. Ya en nuestra (presunta) madurez nos seguimos esforzando por creer en estos elementos, no ya tanto para conciliar el sueño como antaño sino para conseguir sentir pavor al ver alguna película con algún monstruo procedente del folklore como protagonista.


Podemos ver a duendes, víctimas de maleficios o productos de invocaciones en:
Gremlins (Joe Dante, 1984)
Miedo azul (Daniel Attias, 1985)
Noche de miedo (Tom Holland, 1985)
Demons (Lamberto Bava, 1985)
Muñeco diabólico (Tom Holland, 1988)
Pumpkinhead (Stan Winston, 1988)
Leprechaun (Mark Jones, 1993)


5. La naturaleza humana.
Son los monstruos más terroríficos porque son los más verosímiles, de largo. Porque tras su piel de corderito (o anorak color azul pitufo), hasta el vecino del 3º1ª puede ser un psicokiller en potencia (y en acto). Se da la simpática circunstancia de que también suelen ser los más sangrientos y despiadados. Los guionistas de estas películas se ahorran el esfuerzo de contarnos cuentos y de luchar contra nuestro escepticismo. El monstruo nos tiene que asustar porque quien está detrás es un humano cuyo único problema reside en algo tan habitual como un tornillo del cerebro mal apretado. Un peligro que nos podemos encontrar yendo a comprar el pan o bañándonos desnudos en el lago de un campamento de verano.


Estos seres tan agradables suelen merodear por:
Las colinas tienen ojos (Wes Craven, 1977)
Halloween (John Carpenter, 1978)
Viernes 13 (Sean S. Cunningham, 1980)
Holocausto caníbal (Ruggero Deodato, 1980)
The slumber party massacre (Amy Jones, 1982)
Noche de paz, noche de muerte (Charles E. Sellier Jr., 1984)
Escóndete y tiembla (John Houg, 1988)


Hay dos tipos de monstruos ajenos a esta clasificación, ya que podrían incluirse en más de una categoría: unos son los robots, los cuales mayormente son creación humana (en un laboratorio o un garaje terrestre), pero no exentos de ser gestados en un planeta lejano. Los alienígenas no tienen por qué estar privados de conocimientos de Física, Mecánica y Robótica.

El otro monstruo variopinto, muy presente en la actualidad en sentido figurado pero también literal, es el zombi. Cualquiera de nosotros puede convertirse en candidato a comecerebros sólo con haber sido contaminado con algún virus espacial (en forma de gas tóxico, sustancia pseudoláctea o babosa), recibido una maldición gitana o haber tenido contacto con alegres experimentos para resucitar muertos.

Este tema podría dar incluso para un libro (aquí dejo gratuitamente la idea). Aún limitándonos a películas de hace 30-40 años, la lista es extremadamente representativa. Si ampliamos el período comprobamos cómo incluso los monstruos clásicos de la Universal se engloban dentro de estas categorías: el monstruo de Frankenstein y el hombre invisible en la 2, Drácula en la 3, El hombre lobo y la momia en la 4, etc. Por muy descabellado y absurdo que parezca, todo tiene un origen: los guiones cinematográficos, los monstruos, los sueños, las leyendas, la inspiración... por eso clasificar y diseccionar resulta tan divertido.




viernes, 22 de enero de 2016

Los ocho odiosos


Con el tiempo he aprendido a no tener unas expectativas demasiado altas ante una nueva película de Quentin Tarantino y reconozco que me ha ido bien. Eso no va en perjuicio del interés que pueda tener a priori por una obra de este gran director. Porque Tarantino tendrá defectos, pero poquísimos directores pueden presumir de tener obras maestras en las dos primeras películas de su filmografía. El listón lo puso muy alto en sus inicios y, aunque no ha vuelto a alcanzarlo ni mucho menos superarlo, ha mantenido un nivel aceptable y coherente.

Esta coherencia es el principal problema de The Hateful Eight -o Los Odiosos Ocho, traducción probablemente producto de la aversión de los distribuidores por los retruécanos-. Se trata de un defecto del director, el cual, consciente de las características de sus películas que lo identifican claramente y que -merecidamente- lo han lanzado a la fama, intenta insertarlas en sus nuevos proyectos con mayor o menor fortuna. Por ejemplo, su peor película de largo, Death Proof, no es sino un cúmulo de diálogos intrascendentes -pero atractivos para la dimensión voyeur del espectador- con mucho menos gracia que el inicial de Reservoir Dogs, y de escenas de acción y venganza al más puro estilo Butch y Marsellus Wallace vs los sodomitas.


Gracias a que Tarantino es fiel a su tradición de fraccionar sus obras cinematográficas en capítulos, podemos identificar fácilmente qué parte nos gusta menos, y en este caso es el cuarto capítulo. En los dos primeros nos presentan a los cuatro personajes principales, en el tercero se reúnen todos, en el cuarto el espectador se desorienta, y en el quinto se produce un desenlace notablemente satisfactorio. Se podría diseccionar la película mediante este esquema, pero el punto fuerte de The Hateful Eight no es la historia, sino los personajes. Concretamente -y no demasiado sorprendentemente- ocho:
  • Marquis Warren (Samuel L. Jackson) probablemente sea el protagonista, ya que, mientras unos personajes entran y salen (o mueren) de la escena, él nos acompaña durante toda la película. Aparentemente con buenas intenciones, alguna mentira descabellada pero verosímil puesta al descubierto nos hace desconfiar de él. En el fondo es un hijodeputa, pero nos cae bien y si tuviéramos que alinearnos con algún bando, el suyo sería nuestro más probable destino.
  • Sin embargo John Ruth (Kurt Russel) es mi favorito. Extremadamente desagradable pero carismático, fanático y sádico, desconfiado pero manipulable, su simpleza aporta los mejores toques cómicos de la película. Su muerte en casi la mitad de la historia deja a ésta un poquito coja.
  • Chris Mannix (Walton Goggins) es un personaje más importante de lo que pueda parecer. Hostil y abyecto en gran parte de la proyección, evoluciona de forma que acaba convirtiéndose en uno de los buenos (si es que hay buenos en The Hateful Eight). Aunque nos caiga mal, su papel está tan bien escrito que constantemente nos hace sospechar y nos mantiene alerta porque esperamos que en cualquier momento revele que en realidad no va a ser el sheriff de Red Rock. Nunca sabremos la verdad.
  • La mejor interpretación tal vez sea la de Jennifer Jason Leigh como Daisy Domergue. A pesar de que su personaje sea el epicentro de los acontecimientos a partir de la segunda mitad de la historia, nunca llega a asumir el rol de eje central, es bastante secundario, aunque su intervención en determinados gags aislados es muy destacable.
  • El verdugo inglés Oswaldo Mobray responde al estereotipo creado por Tarantino en sus dos películas anteriores para que Christoph Waltz ganara un Oscar. En este caso está insólitamente interpretado por un Tim Roth que obviamente no ganará la preciada estatuílla. Salvo algún efímero momento de paupérrima gloria, es un personaje de relleno.
  • Como lo es también Joe Gage (Michael Madsen), a quien veríamos, si la historia se trasladara a nuestros días, permanentemente sentado en su butaca con una cerveza de lata en una mano y el mando a distancia en la otra y viendo fútbol americano en la tele. Y cuando tuviera algo de actividad, estaría rebanando la oreja a un agente de policía. Escasa relevancia, antes y después de descubrirse todo el pastel, para un personaje cuyo perfil ya hemos visto antes.
  • El mexicano Bob (Demian Bichir) es parte primordial de la farsa que engaña a los personajes principales y a los espectadores, es una especie de débil bisagra argumental. Pero su escasa participación -a excepción de dichos momentos bisagra- lo convierte en alguien totalmente olvidable y casi prescindible y cuya muerte ni lamentamos ni celebramos.
  • Por último, nuestro querido Bruce Dern interpreta al general Sanford Smithers. El más ubicado pero a la vez el más desubicado de todos. Sin relación con ninguno de los demás personajes, tampoco es un elemento crucial en la trama y no se levanta en ningún momento de la butaca (como haría en nuestros días el personaje de Michael Madsen). Pero para mí es esencial para aportar pequeñas subtramas y detalles imprescindibles en una película de Tarantino.
Hay más personajes: algunos como el cochero O.B. (James Parks) con más peso en la trama de lo prometido, el que interpreta Channing Tatum (que nos importa nada y menos) y secundarios entre los que destaca la recalcitrante Zoë Bell (que sí, pesada, que ya sabemos que eres de Nueva Zelanda...).

En la obsesión/obligación (márquese aquí lo que corresponda) de escribir el guión sin salirse de las pautas tarantinescas, The Hateful Eight se queda corto en dos dimensiones: por un lado, los diálogos. Son buenos, pero no son tan brillantes como los que Tarantino ha demostrado que sabe escribir. En su disculpa reconozco que en muchos casos aluden a temas que, o bien desconocemos, o por culpa de la distancia nos interesan poquito, como la Guerra de Secesión americana. Algo más divertido es la referencia al precio de las personas, en paralelo al valor de la recompensa por su captura, aunque tampoco es para tirar cohetes. Ni siquiera el exuberante racismo en los comentarios e insultos logra escandalizarnos. Al menos a un servidor.

El segundo elemento del guión que se tambalea es la estructura de la historia; ésta es totalmente lineal, lo cual digerimos con muchísimo gusto y naturalidad, hasta el fatídico (en varios sentidos) cuarto capítulo. Lo peor de todo es el ineludible flashback, que tan magistralmente utilizó en Pulp Fiction y de manera aún más anárquica pero muy correcta en Kill Bill, y que aquí supone el principal lastre, rompiendo esa linealidad insólita. En ese flashback, forzado, te explican un misterio que ya había sido desvelado y te interrumpen el seguimiento de la trama, a la que lamentablemente cuesta reengancharse. Esta vuelta de tuerca argumental es lo que ensucia una película que en su primera mitad resultaba altamente prometedora. Realmente la súbita aparición del personaje de Channing Tatum no impresiona por sí misma, ya que no te lo han mostrado antes y el espectador es incapaz de relacionarlo con nada; es una especie de deus ex machina tramposo.

A nivel técnico la película cumple sobradamente, aunque ostenta algún alarde innecesario (pero de innegable éxito comercial). Poca discusión genera la banda sonora de Morricone ni la excelente escena de créditos iniciales. Los medios en general, así como el reparto antes mencionado, son difícilmente superables. Incluso la mezcla de géneros -intriga, suspense, western- es muy acertada. Lástima de la intromisión de esos guiños del director que tan bien funcionan en determinados momentos pero que aquí se evidencia que no necesita aplicar a discreción. 

Es una película de momentos, que podemos visionar parcialmente con muchísimo agrado, pero que verla de nuevo en su conjunto ya no apetece tanto. Y en cuanto al misterio inherente a la trama que podría haber alargado nuestro interés por la misma, poca ayuda le presta el mismo título. Cuando hemos llegado a ocho, dejamos automáticamente de contar.