sábado, 14 de mayo de 2016

La Profecía


No se debe desaprovechar la oportunidad de ver un clásico del terror como La Profecía (The Omen, Richard Donner, 1976) de la manera en que se tienen que ver las películas, en pantalla grande. Y si bien es cierto que han pasado 40 años desde su estreno y el cine de terror ha evolucionado en paralelo a nuestra capacidad para asustarnos, sigue resultando estremecedora. Por varios motivos.

Esta película cuenta con un considerable número de imágenes icónicas del género, con planos impactantes como el suicidio de la niñera y la posterior mirada de pánico extremo de Lee Remick, la muerte por empalamiento del cura, el empujón de Damien con su triciclo a su madre y sobre todo la mirada perversa del crío. También hay varias escenas de mucha tensión, que aún hoy en día nos provocan cierta inquietud en la butaca: los babuínos asediando el coche, los perros en el cementerio, ese final apoteósico...

Porque la película comienza muy sosegada, relatando la pacífica vida de una familia, no totalmente normal por su privilegiada situación, pero con un gran secreto. Conforme se van sucediendo los acontecimientos (muertes extrañas y esas cosas) y el protagonista, Robert Thorn (Gregory Peck), va venciendo su lógico escepticismo inicial, el ritmo aumenta hasta alcanzar su clímax en los últimos minutos.

Capítulo aparte merece la banda sonora del gran Jerry Goldsmith. Una buena parte de la tensión y el miedo que nos provocan muchas de las secuencias se debe al magnífico acompañamiento musical. El efecto de quitarle la música (o sustituirla por otra menos brillante) sería similar al de prescindir de las fanfarrias de John Williams en E.T. o Indiana Jones y el Templo Maldito.




Viendo La Profecía hoy no se pasa realmente miedo, al menos no tanto como el que tuvieron que pasar los que la vieron hace 40 años. Lo que sí es cierto y relativamente preocupante es que se puede pasar más miedo que con la mayoría de películas de terror que se hacen en la actualidad.


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