viernes, 22 de enero de 2016

Los ocho odiosos


Con el tiempo he aprendido a no tener unas expectativas demasiado altas ante una nueva película de Quentin Tarantino y reconozco que me ha ido bien. Eso no va en perjuicio del interés que pueda tener a priori por una obra de este gran director. Porque Tarantino tendrá defectos, pero poquísimos directores pueden presumir de tener obras maestras en las dos primeras películas de su filmografía. El listón lo puso muy alto en sus inicios y, aunque no ha vuelto a alcanzarlo ni mucho menos superarlo, ha mantenido un nivel aceptable y coherente.

Esta coherencia es el principal problema de The Hateful Eight -o Los Odiosos Ocho, traducción probablemente producto de la aversión de los distribuidores por los retruécanos-. Se trata de un defecto del director, el cual, consciente de las características de sus películas que lo identifican claramente y que -merecidamente- lo han lanzado a la fama, intenta insertarlas en sus nuevos proyectos con mayor o menor fortuna. Por ejemplo, su peor película de largo, Death Proof, no es sino un cúmulo de diálogos intrascendentes -pero atractivos para la dimensión voyeur del espectador- con mucho menos gracia que el inicial de Reservoir Dogs, y de escenas de acción y venganza al más puro estilo Butch y Marsellus Wallace vs los sodomitas.


Gracias a que Tarantino es fiel a su tradición de fraccionar sus obras cinematográficas en capítulos, podemos identificar fácilmente qué parte nos gusta menos, y en este caso es el cuarto capítulo. En los dos primeros nos presentan a los cuatro personajes principales, en el tercero se reúnen todos, en el cuarto el espectador se desorienta, y en el quinto se produce un desenlace notablemente satisfactorio. Se podría diseccionar la película mediante este esquema, pero el punto fuerte de The Hateful Eight no es la historia, sino los personajes. Concretamente -y no demasiado sorprendentemente- ocho:
  • Marquis Warren (Samuel L. Jackson) probablemente sea el protagonista, ya que, mientras unos personajes entran y salen (o mueren) de la escena, él nos acompaña durante toda la película. Aparentemente con buenas intenciones, alguna mentira descabellada pero verosímil puesta al descubierto nos hace desconfiar de él. En el fondo es un hijodeputa, pero nos cae bien y si tuviéramos que alinearnos con algún bando, el suyo sería nuestro más probable destino.
  • Sin embargo John Ruth (Kurt Russel) es mi favorito. Extremadamente desagradable pero carismático, fanático y sádico, desconfiado pero manipulable, su simpleza aporta los mejores toques cómicos de la película. Su muerte en casi la mitad de la historia deja a ésta un poquito coja.
  • Chris Mannix (Walton Goggins) es un personaje más importante de lo que pueda parecer. Hostil y abyecto en gran parte de la proyección, evoluciona de forma que acaba convirtiéndose en uno de los buenos (si es que hay buenos en The Hateful Eight). Aunque nos caiga mal, su papel está tan bien escrito que constantemente nos hace sospechar y nos mantiene alerta porque esperamos que en cualquier momento revele que en realidad no va a ser el sheriff de Red Rock. Nunca sabremos la verdad.
  • La mejor interpretación tal vez sea la de Jennifer Jason Leigh como Daisy Domergue. A pesar de que su personaje sea el epicentro de los acontecimientos a partir de la segunda mitad de la historia, nunca llega a asumir el rol de eje central, es bastante secundario, aunque su intervención en determinados gags aislados es muy destacable.
  • El verdugo inglés Oswaldo Mobray responde al estereotipo creado por Tarantino en sus dos películas anteriores para que Christoph Waltz ganara un Oscar. En este caso está insólitamente interpretado por un Tim Roth que obviamente no ganará la preciada estatuílla. Salvo algún efímero momento de paupérrima gloria, es un personaje de relleno.
  • Como lo es también Joe Gage (Michael Madsen), a quien veríamos, si la historia se trasladara a nuestros días, permanentemente sentado en su butaca con una cerveza de lata en una mano y el mando a distancia en la otra y viendo fútbol americano en la tele. Y cuando tuviera algo de actividad, estaría rebanando la oreja a un agente de policía. Escasa relevancia, antes y después de descubrirse todo el pastel, para un personaje cuyo perfil ya hemos visto antes.
  • El mexicano Bob (Demian Bichir) es parte primordial de la farsa que engaña a los personajes principales y a los espectadores, es una especie de débil bisagra argumental. Pero su escasa participación -a excepción de dichos momentos bisagra- lo convierte en alguien totalmente olvidable y casi prescindible y cuya muerte ni lamentamos ni celebramos.
  • Por último, nuestro querido Bruce Dern interpreta al general Sanford Smithers. El más ubicado pero a la vez el más desubicado de todos. Sin relación con ninguno de los demás personajes, tampoco es un elemento crucial en la trama y no se levanta en ningún momento de la butaca (como haría en nuestros días el personaje de Michael Madsen). Pero para mí es esencial para aportar pequeñas subtramas y detalles imprescindibles en una película de Tarantino.
Hay más personajes: algunos como el cochero O.B. (James Parks) con más peso en la trama de lo prometido, el que interpreta Channing Tatum (que nos importa nada y menos) y secundarios entre los que destaca la recalcitrante Zoë Bell (que sí, pesada, que ya sabemos que eres de Nueva Zelanda...).

En la obsesión/obligación (márquese aquí lo que corresponda) de escribir el guión sin salirse de las pautas tarantinescas, The Hateful Eight se queda corto en dos dimensiones: por un lado, los diálogos. Son buenos, pero no son tan brillantes como los que Tarantino ha demostrado que sabe escribir. En su disculpa reconozco que en muchos casos aluden a temas que, o bien desconocemos, o por culpa de la distancia nos interesan poquito, como la Guerra de Secesión americana. Algo más divertido es la referencia al precio de las personas, en paralelo al valor de la recompensa por su captura, aunque tampoco es para tirar cohetes. Ni siquiera el exuberante racismo en los comentarios e insultos logra escandalizarnos. Al menos a un servidor.

El segundo elemento del guión que se tambalea es la estructura de la historia; ésta es totalmente lineal, lo cual digerimos con muchísimo gusto y naturalidad, hasta el fatídico (en varios sentidos) cuarto capítulo. Lo peor de todo es el ineludible flashback, que tan magistralmente utilizó en Pulp Fiction y de manera aún más anárquica pero muy correcta en Kill Bill, y que aquí supone el principal lastre, rompiendo esa linealidad insólita. En ese flashback, forzado, te explican un misterio que ya había sido desvelado y te interrumpen el seguimiento de la trama, a la que lamentablemente cuesta reengancharse. Esta vuelta de tuerca argumental es lo que ensucia una película que en su primera mitad resultaba altamente prometedora. Realmente la súbita aparición del personaje de Channing Tatum no impresiona por sí misma, ya que no te lo han mostrado antes y el espectador es incapaz de relacionarlo con nada; es una especie de deus ex machina tramposo.

A nivel técnico la película cumple sobradamente, aunque ostenta algún alarde innecesario (pero de innegable éxito comercial). Poca discusión genera la banda sonora de Morricone ni la excelente escena de créditos iniciales. Los medios en general, así como el reparto antes mencionado, son difícilmente superables. Incluso la mezcla de géneros -intriga, suspense, western- es muy acertada. Lástima de la intromisión de esos guiños del director que tan bien funcionan en determinados momentos pero que aquí se evidencia que no necesita aplicar a discreción. 

Es una película de momentos, que podemos visionar parcialmente con muchísimo agrado, pero que verla de nuevo en su conjunto ya no apetece tanto. Y en cuanto al misterio inherente a la trama que podría haber alargado nuestro interés por la misma, poca ayuda le presta el mismo título. Cuando hemos llegado a ocho, dejamos automáticamente de contar.