viernes, 22 de septiembre de 2017

La credibilidad del payaso


Una agotadora y casi eterna promoción -especialmente a través de las redes sociales- hizo germinar en mí cierta antipatía hacia It (Andrés Muschietti, 2017) mucho antes de que se estrenara. Esta aversión creció los días previos al estreno, pues la efigie de Pennywise rondaba por doquier. Hay que reconocer que la estética del personaje es atractiva, una buena evolución del payaso que nació cinematográficamente en las carnes de Tim Curry, pero su omnipresencia resultaba francamente cansina. Además, tampoco se entendía el hype desmesurado, pues no era más que una segunda versión -tras un mediocre telefilm como primera- de una novela del prolífico Stephen King, que si por algo se ha caracterizado es por la facilidad con la que se adaptan sus historias a la gran pantalla.

A pesar de todo, las positivas opiniones leídas me generaron una buena predisposición. Aunque muy probablemente si se hubiera estrenado en una época de menos sequía de películas interesantes en cartelera la hubiera visto en el sofá de casa, acudí al cine con curiosidad y ganas de sorprenderme.

No me sorprendió mucho precisamente, pero me hizo pasar un buen rato. Muchos la catalogarían dentro del género de terror, pero miedo, miedo, no pasas mucho. Y eso que Muschietti aplica algunas de las trampas (sustos fáciles, aumento de decibelios, etcétera) que insertó hasta la saciedad en su irregular anterior trabajo, Mamá. Además es una película con críos, con las limitaciones argumentales que ello supone. Tal vez sea la escasa edad de los protagonistas, o bien el planteamiento tan coral de la historia, pero no llegas a empatizar realmente con ningún personaje. Te pueden caer mejor o peor, pero nadie alcanza el nivel de carisma suficiente. Entre estos personajes, obviamente, destaca el payaso bailarín, Pennywise, interpretado -porque así nos lo aseguran- por Bill Skarsgard, el enésimo miembro de la estirpe Skarsgard, competencia clara -y perdedora en dicha lid, a todas luces- de los Baldwin. Como he dicho, el diseño artístico es muy interesante, pero su sobreexposición le resta misterio. Será que nos hemos criado con Alien y Tiburón.

Llegados a este punto, como soy consciente de que llego un poco tarde y ya se ha hablado y escrito mucho sobre esta película, voy a aprovechar para permitirme una pequeña reflexión acerca de ese ambiguo misterio de la figura de Pennywise. No se trata de algo excesivamente grave, ni tiene por qué amargar el buen sabor de boca con el que sales de la sala, pero sí deja cierta sensación de narración incompleta. Nos faltan respuestas. De dónde sale el payaso? Y, sobre todo, cómo ha obtenido esos poderes mágicos? En el pasado han sucedido fenómenos extraños en Derry, la apacible pero puntualmente convulsa población del estado de Maine, que han mantenido el calificativo de extraños porque nadie ha averiguado -o se ha molestado en averiguar- el origen.

Esta incertidumbre que los habitantes de Derry asumen con una mezcla de resignación e indiferencia, que quizá provoca más desasosiego en el propio espectador, como he dicho no es especialmente preocupante. Porque es algo que hace 30 años, en nuestra infancia, no generaba inquietud alguna. No existía la necesidad de explicarlo todo. De dónde provienen los mogwais? Y por qué Jason Voorhees resucita? Disfrutábamos de las películas casi tanto o más que ahora, con flagrantes cabos sueltos que en absoluto menoscababan la experiencia cinematográfica.

Cuando la explicación podía ser extremadamente sencilla: fuerzas extraterrestres, invocaciones demoníacas... hasta un robot podía cobrar consciencia si le caía un rayo encima. O cualquier científico chiflado podía crear una fórmula para resucitar a los muertos o dos frikis adolescentes, tomando como materia prima una muñeca Barbie, fabricar a la mujer perfecta. Las pocas explicaciones que nos daban los guionistas para justificar los fenómenos extraños y paranormales resultaban tan rocambolescas como igualmente válidas a nuestros ojos cándidos y transigentes.

Ahora no, necesitamos una explicación a todo. Las historias que nos cuentan hoy en día tienen que cerrar completamente el círculo para que el espectador pueda completar el rompecabezas. Si no lo completa será por su ineptitud, no porque el guionista no le haya puesto todas las piezas sobre la mesa. Y no es "problema" de los nuevos espectadores, ésos que prefieren el remake de Karate Kid con el hijo de Will Smith a la original, sino de todos, en general. Porque nosotros, los que estamos convencidos de que algo tan random como un condensador de fluzo permite viajar en el tiempo, también exigimos una explicación a las películas que se producen actualmente.

Un último ejemplo, muy paradigmático, lo tenemos con Alien Covenant. Los xenomorfos que han hecho la vida imposible a la teniente Ripley y compañía son extraterrestres. Y punto. En el espacio, aparte de que nadie oye tus gritos, pueden existir las criaturas más insospechadas. Independientemente de que la justificación sea más o menos satisfactoria, semejante planteamiento nos genera un dilema. Nos quedamos con nuestra candidez ochentera o intentamos asimilar una teoría repleta de lagunas que intenta explicar algo innecesario desde el punto de vista pragmático? Hemos evolucionado o involucionado?

A día de hoy consideramos que un guión es bueno cuando todo está bien argumentado, sin margen para la arbitrariedad. Lo aceptamos y si algo falta, como en el patrón de hace 30 años, como en este It, notamos su ausencia.

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