Tal es la tirria que muchos fans profesan hacia Abrams que ya, a día de hoy, vaticinan un rotundo fracaso al futuro (no tan, tan lejano) de la saga rival Star Wars una vez publicado que él era el principal responsable. Por un lado, la adopción de Lucasfilm por parte de Disney provocó no pocos chistes y crossovers (Darth Vader + Mickey Mouse, ya me entienden) al respecto. Por otro lado, J.J. Abrams es un cineasta que ha sabido entusiasmar y decepcionar a sus seguidores casi a partes iguales. A pesar de sus -casi imperdonables- deslices, es un hombre valiente, consciente de la responsabilidad que conlleva tomar las riendas de una franquicia con millones de fans apasionados, que llevarán al paroxismo la minuciosidad con la que observarán cualquier detalle de su trabajo. Un tercer argumento en contra de la asunción de Abrams al universo Star Wars era su implicación en el universo -incomprensiblemente incompatible- Star Trek.
Dada la absurdidad de esta argumentación, nosotros optamos por esperar a que las salas proyecten las nuevas aventuras de la familia Skywalker (o lo que nos tengan deparado los guionistas) para pronunciarnos. Y confesamos que la presencia de Abrams supone una garantía de que no nos dejará indiferentes. Para bien o para mal. Es más, creemos firmemente que será difícil que sean inferiores a los resultados que nos ofreció el propio padre de la saga, el incuestionable George Lucas, con sus episodios I, II y III.
De momento tenemos dos entregas de Star Trek, ambas excelentes. Incluso esta segunda, Star Trek: En la Oscuridad es superior a la anterior. Y es superior a la mayoría de películas de acción y ciencia ficción que hemos visto últimamente.
El comienzo no puede ser más espectacular e indicativo de lo que nos espera, con los tripulantes de la Enterprise jugándose literalmente la vida. El desenlace de esta secuencia inicial, emocionante pero aparentemente trivial, supondrá un importante condicionante en las relaciones personales de los protagonistas. A partir de aquí se sucederán una serie de actos terroristas y de espionaje que hemos visto en infinidad de ocasiones pero que conservan su prestancia de una manera muy sólida.
La historia contiene alicientes interesantes y que siempre encuentran el gancho con el espectador: enemigos que se vuelven aliados, traidores, revelaciones sorprendentes... Tal vez estas sorpresas no sean del todo imprevisibles y se abuse un poco de los momentos de tensión, como las famosas cuentas atrás que se detienen en el momento justo (confiamos en que esto no será un spoiler), pero cumplen sobradamente su función y no estropean en absoluto el producto final.
Un producto elaborado con cariño. Técnicamente impecable. En las películas de ciencia-ficción, donde se muestran elementos que no existen en la realidad como androides o naves espaciales, los efectos por ordenador son menos escandalosos, siempre es más fácil y agradecido el uso de la tecnología digital. Pero para conseguir la ansiada y ambigua verosimilitud hacen falta recursos económicos, que los hay, y artísticos. Y de estos segundos también hay de sobra.
En conclusión, Star Trek: En la Oscuridad es una película que cumple el propósito mínimo, entretener, y que además emociona y nos mantiene en tensión sin dejar de recompensarnos con esos gags necesarios para rebajarla (mención especial a la particular personalidad del señor Spock y al bueno de Simon Pegg).
Señores, estamos ante una de las mejores películas del año.
No hay comentarios:
Publicar un comentario